PROGRAMA 2X08 - SUEÑOS PREMONITORIOS (II)

Segunda parte de LOS SUEÑOS PREMONITORIOS, pero esta vez más dedicado a las catástrofes. En la historia ha habido casos de accidentes aéreos, ferroviarios, naturales y marítimos donde ya se vaticinaron antes a través de cierta imagen visual. Repasaremos casos como el sueño de Booth y el accidente de tren más increíble de la historia ocurrido en Gran Bretaña. La novela de Morgan Robertson donde describía a un buque muy similar al del Titanic, catorce años antes de que se diseñara éste, y cómo vaticinó que acabaría chocando con un iceberg en su travesía por el Atlántico Norte. También los sueños premonitorios que tuvo William Dunne, incluida su teoría de los "diarios de sueños".

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Las tragedias sucedidas en trayectos aéreos, terrestres y marítimos han acaparado casi tantos sueños premonitorios como los asesinatos políticos. Existen numerosos relatos de personas cuyas vidas han sido salvadas porque un sexto sentido les impidió tomar un tren, un barco o un avión que posteriormente colisionó o se hundió. Durante los años sesenta un matemático estadounidense llamado William Cox realizó una sorprende investigación donde de ser ciertas sus conclusiones, muchos miles de personas han salvado sus vidas de ese modo. Cox examinó el número de pasajeros que viajaban en trenes que habían chocado, y comparó esas cifras con la carga normal de pasajeros en esos mismos trenes a lo largo de un día normal. Se dio cuenta de que en los días de accidentes el número de pasajeros que viajaba en los trenes era significativamente menor. Por ejemplo, un tren de Chicago e Illinais conocido como el “Georgian” chocó el quince de junio de 1952. A bordo viajaban sólo nueve pasajeros, pero la media de viajeros que habían tomado ese mismo tren durante las cuatro semanas precedentes había sido de casi cincuenta. Aunque el volumen de pasajeros puede haberse visto afectado por diversos factores, como las condiciones meteorológicas, Cox llegó a la conclusión de que las cifras mostraban la existencia de un fenómeno de “evitación de accidentes” basado en premoniciones subconscientes.

Uno de los casos más conocidos es el de David Booth, un joven de Cincinatti de 23 años. Durante diez noches seguidas David soñó que se producía una colisión aérea en un vuelo de la compañía American Airlines. Convencido de que su sueño era premonitorio, Booth inmediatamente se puso en contacto con la compañía y con la Oficina Federal de Aviación para avisarlos del inminente peligro, pero tristemente no pudo facilitar ningún detalle sobre el momento o el lugar de ese accidente. De hecho, éste se produjo el 25 de mayo de 1979, tres días después de esas llamadas, en el aeropuerto O´Hare de Chicago. Un avión American Airlines DC-10 se estrelló al despegar. Fue la catástrofe aérea más dramática de la historia de la aviación americana, en la que murieron 273 personas y cuando Booth explicó aquella visión onírica dijo que “no parecía un sueño, parecía que estuviera viéndolo como por televisión”.

A raíz de este caso, se llevaron a cabo iniciativas para crear oficinas de premoniciones que pudieran aprovecharse de esa información contenida en intuiciones como la que tuvo David Booth, pero todas esas iniciativas fracasaron debido a la falta de datos específicos de los avisos recibidos. Sin detalles relativos a hora y lugar, ni siquiera las autoridades más bienintencionadas pudieron emprender acción alguna basándose en premoniciones recibidas en sueños, y sigue siendo así en la actualidad, por muy convincentes que éstas resulten.




Una catástrofe muy investigada a posteriori fue la tragedia que conmocionó a una localidad minera galesa llamada Aberfan. 21 de octubre de 1966. Tras dos días de fuertes lluvias, la inmensa pila de carbón que había a las afueras de esta humilde y tranquila localidad se deslizó por una colina a un lado del pueblo, sepultando un colegio de enseñanza primaria, una hilera de casas adosadas y una granja. En total, 28 adultos 116 niños quedaron enterrados vivos.

Tras la avalancha, un psiquiatra londinense solicitó información sobre cualquier premonición del desastre que pudiera haberse producido. Recibió 76 respuestas, sesenta de las cuales consideró merecedoras de ser investigadas. Después de tomar declaraciones más detalladas y de buscar testimonios confirmativos declaró que 24 de esas premoniciones eran dignas de todo crédito, al haber sido comunicadas a terceras partes antes de que la tragedia sucediera. Casi todas esas visiones se habían producido en sueños.

Las visiones más inquietantes de aquel hecho fueron la de un anciano que había contemplado la palabra “Aberfan” en letras brillantes. También, una mujer de Kent vio cómo se le aparecía momentáneamente un colegio sepultado en una avalancha de carbón. Incluso, una espiritualista de Devon afirmó haber visto a un niño aterrorizado de pie junto a un miembro del equipo de salvamento que llevaba puesta una gorra de visera; posteriormente, la mujer reconoció a esas dos personas tras la catástrofe, en un informativo televisado sobre las medidas del rescate. El mismo niño y el mismo miembro de rescate con una visera.

Pero la historia más triste de esta catástrofe y que mostró hasta qué punto la ensoñación nos puede visualizar o acontecer lo que nos puede venir, procede de la madre de una de las niñas fallecidas. Dos semanas antes de la avalancha su hija, de nueve años, se había despertado una noche diciendo que no le daba miedo morirse, porque sabía que iba a estar con sus amigos. Después de aquello, en la víspera de la tragedia, la niña contó un segundo sueño: había visto su colegio cubierto de oscuridad. A la mañana siguiente la pequeña murió; y con ella estaban los amigos de su colegio que ella misma le había contado a su madre que serían cubiertos con esa oscuridad. La oscuridad del carbón que engulló aquel colegio.



Pero si algún desastre ha atraído la atención de los investigadores de lo paranormal, ése ha sido el hundimiento del Titanic, que sucedió durante la noche del 14 al 15 de abril de 1912. El tamaño del barco, su suntuoso lujo, su fama de insumergible y su trágica desaparición en las heladas aguas del Atlántico Norte contribuyeron a grabar sus últimos momentos en la imaginación popular con tinta indeleble. Se han escrito libros enteros sobre las premoniciones experimentadas por los pasajeros a bordo del famoso transatlántico, y por otros que no llegaron a embarcar debido a un sexto sentido que les indicaba la inminencia de un peligro. Como por ejemplo cierto hombre de negocios americano que canceló su reserva para el fatídico viaje tras recibir una carta de su esposa desde Nebraska, quien había soñado que veía cómo se hundía el barco. Por su parte, una mujer que presenció la salida del Titanic del puerto desde el estrecho de Solent declaró súbitamente: “¡Ese barco va a hundirse antes de llegar a América!”, y pidió bruscamente a quienes la rodeaban que hicieran algo para detenerlo.

Pero la más extraña profecía sobre el destino de este famoso buque de pasajeros había aparecido mucho antes de que éste hubiera sido concebido siquiera. Procedía de la pluma de Morgan Robertson, un autor poco conocido en América, algunos lo llaman “el profeta olvidado”. En su juventud, Robertson había sido marinero, pero posteriormente recurrió a la escritura para ganarse la vida. Sus relatos breves estaban inspirados en su pasado marítimo, pero para Robertson, escribir no le resultaba fácil. Permanecía sentado horas y horas hasta que le llegaba la inspiración, momento en el que se ponía a escribir febrilmente. En palabras de un amigo suyo, el autor “creía implícitamente que una especie de alma desencarnada, una entidad espiritual con talento literario que no podía expresarse, se había apoderado de su cuerpo y de su cerebro”. A Robertson le gustaba denominar a esta especie de demonio inspirador su “amigo astral escritor”.

En 1898, catorce años antes del hundimiento del Titanic, Robertson sintió el impulso de iniciar una novela, a la que dio el título de Futility y que sería extraordinariamente profética. La acción se desarrollaba en un lujoso barco británico del que se decía que era insumergible. Se trataba del mayor de su época, y estaba haciendo la travesía del Atlántico Norte. En la novela la embarcación zarpa en su viaje inaugural en el mes de abril. Unos días después choca con un iceberg y se hunde, causando la desaparición de muchos cientos de víctimas, cifra que se ve incrementada a causa de la escasez de botes salvavidas. En todos esos aspectos Robertson adivinó adecuadamente el destino del Titanic. Pero la coincidencia más sorprendente es el nombre que eligió para su barco: el Titan.

Pero el autor también se acercó notablemente al suceso de 1912 en otros detalles. El autor dio a su buque tres hélices, 19 compartimentos estancos y 24 botes salvavidas; el Titanic tenía tres hélices, 16 compartimentos estancos y 20 botes salvavidas. A bordo del Titan viajaban tres mil pasajeros, y el barco chocaba contra el iceberg a una velocidad de 25 nudos, mientras que el Titanic llevaba 2.224 y en el momento fatídico viajaba a 23 nudos. Los críticos han señalado que, como buen hombre de mar, Robertson podía tener una idea bastante clara de lo que llegaría a ser un barco de lujo en el futuro, y de lo que se podía esperar de él. Otros dicen que los diseñadores del Titanic se basaron en las dimensiones del Titan para ponerlo en marcha y no hacer caso de ese vaticinio que daba Robertson. Así y todo, su obra constituye uno de los ejemplos históricos más extraordinarios de previsión acertada, con independencia de que se prefiera considerarla una premonición o una predicción racional.




Un año después de la publicación de la obra de Robertson, un ingeniero aeronáutico de 24 años llamado John William Dunne tuvo el primero de una serie de sueños que con el tiempo cambiaría su vida.  En sí, el sueño era corriente y hasta trivial. Dunne se veía discutiendo con un camarero en un hotel acerca de la hora. De hecho, ambos estaban de acuerdo en que el reloj marcaba las cuatro y media, pero Dunne decía que era por la tarde y el camarero insistía en que estaban en plena madrugada. Al cabo, Dunne se despertó y miró al reloj: observó que éste se había parado a las cuatro y media, justo el momento en que Dunne se había despertado. Muchas personas habrían olvidado este incidente, pero a Dunne le gustaba llegar al fondo de las cosas. Años después diseñaría el primer avión militar británico. Le fascinaba haber sido capaz de saber qué hora era en sueños sin tener que mirar el reloj. Parecía realmente un caso de clarividencia.

En 1901 Dunne se encontraba en la Riviera italiana recuperándose de una herida en la guerra de los Boer. Un día soñó que se hallaba en una pequeña ciudad de Sudán. Allí vio a tres exploradores andrajosos y muy morenos procedentes del sur. Les hizo preguntas, y ellos contestaron que habían “venido justo por el Cabo”. Al día siguiente, en el periódico aparecía el siguiente titular: “La expedición del Cabo al Cairo en Jartum”. El artículo describía la llegada de un equipo de tres hombres a la capital sudanesa en el transcurso de un viaje que atravesaba África de abajo arriba.

El siguiente sueño de Dunne fue particularmente dramático. El joven se veía en la ladera de una montaña. Había unas fisuras en el suelo de las que salían chorros de vapor. Intuyó que se encontraba en una isla dominada por un volcán que estaba a punto de entrar en erupción e intentó por todos los medios salvar a los habitantes de la isla; de hecho, pasó el resto del sueño tratando de convencer a las autoridades de que evacuaran a la población. Su agitación iba en aumento. Dunne recuerda que decía a todo el mundo que cuatro mil personas morirían a menos que se hiciera algo para impedirlo. Dunne no tardó en darse cuenta de que había tenido un sueño premonitorio. Días después apareció en los periódicos el siguiente titular: “Catástrofe volcánica en la Martinica. Una ciudad entera arrasada. Avalancha de llamas. El número de víctimas mortales se calcula en torno a las 40 mil”.

La erupción del volcán del monte Pelée en la isla francesa del Caribe fue la más trágica del siglo XX en cuanto a pérdida de vidas humanas. Posteriormente, Dunne reparó en una discrepancia: él había soñado que morían 4 mil personas, y en la realidad hubo 40 mil víctimas. Se había equivocado en un cero. Pero sólo se dio cuenta años después, cuando se puso a investigar el incidente, porque al leer el artículo periodístico creyó que ponía “4.000”, lo cual le hizo pensar que su premonición no se refería a la tragedia en sí, sino al instante en que él veía el correspondiente artículo en el periódico. Los sueños proféticos se seguían sucediendo en la vida de William Dunne, algunos sueños le afectaban más personalmente. Una vez soñó que un caballo rabioso se ponía a galopar por el camino en el que Dunne se encontraba paseando. Otro día soñó que un conocido suyo pilotaba un avión que sufría un accidente, al que su amigo sobrevivía. Ambos sucesos se produjeron al día siguiente, si bien la realidad introdujo diferencias significativas respecto a la versión onírica. En el primer caso el caballo era más pequeño y el lugar diferente al del sueño. En el segundo el conocido de Dunne no pilotaba el avión, sino que era un pasajero del mismo, y falleció a resultas de mismo accidente que había soñado.

El último sueño que Dunne quiso relatar era una premonición de desastre clásica. Vio una colisión de trenes en un lugar al norte de Firth of Fort, en la costa oriental de Escocia. Vio varios vagones en el suelo junto a un terraplén y en una llanura situada por debajo. Dunne se dio cuenta de la importancia de esa imagen antes de despertar del todo, de modo que trató de averiguar la fecha y de algún modo supo que ese accidente tendría lugar durante la primera siguiente (el sueño se había producido en otoño de 1913). Como no podía ser menos, el 14 de abril de 1914, el tren correo expreso que cubría la línea Londres-Edimburgo, en su día uno de los correos más famosos, salió de la vía a una velocidad de unos veinte kilómetros por hora al norte de Forth Bridge y cayó en un campo de golf situado por debajo. Todas estas premoniciones oníricas que luego sucederían en verdad le planteó una pregunta a William Dunne que se puede leer claramente en su libro UN EXPERIMENTO CON EL TIEMPO, “¿Era posible… que los sueños –sueños en general, todo tipo de sueños, los sueños de todos- estuvieran compuestos de la experiencia pasada e imágenes de la experiencia futura mezcladas en proporciones aproximadamente iguales?”.



La conclusión más obvia que se puede extraer de esta sorprendente secuencia de previsiones es que Dunne tenía excepcionales dotes físicas. Así que Dunne elaboró una curiosa teoría. Según él, todo el mundo puede viajar en el tiempo en sueños, tanto hacia el pasado como hacia el futuro. Además sugirió que los sueños están compuestos por impresiones fragmentarias de sucesos pasados y futuros en proporciones similares. Dunne sostenía que la mayor parte de la gente no es consciente de esta capacidad sencillamente porque pocos se molestan en recordar exactamente lo que han soñado. Si lo hicieran, se darían cuenta de que en las horas y días siguientes empezaría a manifestarse una serie de detalles hasta entonces ignorados.

El efecto más visible de ese libro que escribió, Un experimento con el tiempo, fue poner de moda los diarios de sueños. El propio Dunne creía que la única manera de “fijar” los detalles de los sueños para poder cotejarlos con la realidad posteriormente era apuntarlos nada más despertarse. Para ello estableció una serie de reglas estrictas. Según él, los sueños premonitorios acudían con más probabilidad la víspera de aquellos días en los que uno fuera a encontrarse en situaciones desconocidas. Por eso sugirió que se seleccionaran las noches anteriores a viajes u otros acontecimientos de ese tipo. Además, subrayó la importancia de apuntarlos al despertarse, observando que un relato breve pero pormenorizado resultaba más útil que uno más largo pero más vago, especialmente si los detalles producían extrañeza en el contexto de la vida cotidiana. Dunne propuso que al final de cada día de los que durara el experimento se leyera el diario de sueños de cabo a rabo. También sugirió que se estableciera un límite de dos días para establecer un vínculo entre los detalles de los sueños y hechos posteriores, aunque admitía que ese intervalo podía ser “extendido en proporción a la extrañeza y rareza del incidente” ya que, por ejemplo, su propio sueño del accidente ferroviario en Escocia sucedió unos seis meses antes del hecho real. Finalmente, había que evaluar los sueños. Su propio sistema consistía en señalar con una cruz aquellos que, en su opinión, hubieran evocado decisivamente un solo incidente, y marcar con una cruz dentro de un círculo los que contenían una revelación parcial de algo que había sucedido posteriormente (no toda una historia, sino algún detalle significante).

El propio Dunne puso a prueba su sistema en siete voluntarios, incluido él. En total anotó 88 sueños. Afirmó haber encontrado en ellos 14 paralelismos con el pasado, 5 de ellos buenos y el resto sólo moderados, y 20 premoniciones de hechos futuros, 5 buenas, 6 moderadas y 9 indiferentes. Sin embargo, tal como el escritor Geoffrey Ashe ha señalado, los resultados de Dunne no corroboran su teoría, ya que de las 20 coincidencias con el futuro 15 correspondían a Dunne y a otro individuo. Y esta era la muestra de la tremenda capacidad interna que tenía el autor.

Retrospectivamente, la obra de Dunne destaca como una de las escasas tentativas serias que existen de resolver la problemática planteada por los sueños premonitorios. Sin embargo, pocas personas aceptan hoy día la compleja teoría en la que basa sus experimentos, según la cual el tiempo es una secuencia infinita de capas que se superponen. En cualquier caso, lo que confiere interés a la figura de William Dunne es su presciencia, porque es difícil no llegar a la conclusión de que poseía dones poco comunes que la mayor parte de la gente no tiene. Una capacidad adquirida, además, a través de los sueños. Esas imágenes visuales de nuestra mente que siempre nos dan mucha información de nuestras vidas.



 

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