Historias de Joyas malditas


Repaso a cinco historias de cinco joyas consideradas las más malditas de la historia del ser humano.
Gracias a la información de un libro llamado 'Joyas enigmáticas y malditas' de Fernando Gómez, encontramos cinco relatos de cinco minerales que van evolucionando y pasando de generación en generación y cuya etiqueta de "maldito" nunca ha desaparecido. ¿Quieren conocerlas?

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La palabra “diamante” procede del vocablo griego adámas que significa ‘invencible’ o ‘inalterable’. De ahí que sea considerado la sustancia más dura del mundo y que solo el fuego a una gran temperatura puede acabar con él. Es inmutable, no se oxida, para ser tallado se tiene que utilizar otro diamante,… de ahí que sea tan codiciado.

Henry Kissinger dijo una vez que los diamantes no eran más que “un pedazo de carbón que se ha formado bajo presión”. Pero aun así, con esta afirmación que visto así no parece de importancia y es verdad, esas joyas minerales nos han llamado la atención, se han convertido en artículos de lujo y valen carísimas. Los diamantes representan la riqueza y también el poder, por eso grandes reyes, gobernantes o famosos las lucen como accesorio para demostrar que están a un nivel superior y su brillantez atrae miradas y más brillo todavía a su figura.

Y también el esoterismo está alrededor de esos minerales, lo que produce que poseerlos y lucirlos represente también protección o tener una energía externa a nosotros. Y siempre se han contado multitud de leyendas alrededor de las piedras preciosas, por ejemplo la esmeralda otorga poderes proféticos y protege de hechizos y sortilegios; el zafiro contrarresta el efecto de los venenos; la amatista contrarresta los efectos del alcohol y proporciona éxito en las cacerías sobre los enemigos; el jaspe aleja a los malos espíritus y protege de la mordedura de los animales venenosos; el rubí confiere invulnerabilidad; la malaquita protege a los niños y avisa de los desastres rompiéndose en pedazos; el ágata otorga fuerza y valor, aleja las tormentas y proporciona sueños placenteros,… y así tantas cosas que se cuentan porque cuando llevamos una piedra de este tipo o similar la usamos como protección, por lo menos desde siempre ha sido así.

Y también tienen sus historias de misterio porque algunas de las grandes joyas que se han vanagloriado en la historia y que tuvieron ricos y poderosos dueños se convirtieron, según dicen, en las víctimas de esa maldición que arrastraban. Así que vamos con una selección de historias resumidas que tratan esos casos de maldición de algunas de las joyas más preciosas y codiciadas de la historia del ser humano:

El diamante Hope

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Y tenemos que comenzar con la piedra más letal de todas (más de una veintena de fallecidos lleva en su lista según dicen los estudiosos). De hecho, es la que más debate genera en cuanto a si una piedra preciosa puede estar maldita o no, porque cierto es que ha corrido ríos de tinta y sangre a todo aquel que la ha buscado.

En el siglo XVII (1668), llegaba a Francia un comerciante llamado Jean-Baptiste Tavernier cargado de piedras preciosas procedentes de la India con la intención de vendérselas al rey Luis XIV (el Rey Sol) que era un enfermizo coleccionista de todo tipo de joyas. Cuentan que en total le vende unos catorce diamantes de gran tamaño y otros más pequeños pero de todos ellos el que destacaba era uno cuyo peso era 115 quilates (si un quilate equivale a 200 miligramos, pues echad cuentas) y que tenía un bello color azul que cautivó desde un primer momento al monarca.

A ese diamante le acompañaba una leyenda que el mismo vendedor le cuenta al rey: según parece, fue robado del ojo de un ídolo esculpido en honor a la diosa hindú Sita, y que una maldición de los sacerdotes que la custodiaban fue la que ocasionó la sucesión de desgracias que lo han acompañado. Esta es la curiosa leyenda mágica que ha acompañado desde entonces a esta enorme piedra preciosa que en un primer momento encandiló tanto al Rey Sol de Francia.

Podemos creer que el vendedor, Tavernier, tendría ahora una vida más holgada y sin preocupaciones económicas. Pero no. Cae en quiebra sin saber por qué y se aleja tanto de Francia que acaba refugiándose en Rusia para evitar a los acreedores. Y el triste final de  este vendedor iba a estar en una céntrica calle de Moscú cuando una jauría de perros salvajes o de lobos (según cuentan las crónicas) se lanzan sobre él y lo devoran vivo (también podemos pensar que fueran esa manada de acreedores que lo estuvieron persiguiendo por toda Francia). Con la muerte del vendedor del Diamante azul Hope comienza la leyenda maldita sobre la joya.

Mientras tanto, Luis XIV manda cortar y reducir esa piedra de los 115 quilates iniciales, a 67; lo que termina por vanagloriarla aun más y denominarla como el diamante azul francés. Lo manda engarzar en oro y se convierte en un colgante para que se pudiera lucir en ocasiones ceremoniales. En una de esas ocasiones, Francisca Athénais de Rochechouart, conocida como madame de Montespan se queda tan prendada del diamante que le pide al rey que se lo obsequie, y éste, gustoso, lo hace porque era una de sus favoritas. Y a partir de aquel momento, la vida de madame de Montespan no iba a ser la misma.

En 1679 fue acusada, tras una exhaustiva investigación dedicada a destapar una importante red de aristócratas que contactaban con clarividentes y adivinadores para comprarles drogas, venenos y realizar misas o rituales, y de los más de trescientos implicados estaba madame de Montespan, a la que se acusó de usar sortilegios para ganarse el favor de Luis XIV y de envenenar a la joven mademoiselle Fontages que era su rival en la Corte francesa y quien se había convertido en la nueva favorita del monarca. Así que, se achaca al diamante Hope que madame de Montespan acabara condenada y con la etiqueta de demonio en su frente porque envenenó a la joven Fontanges.

Ese diamante pasó como herencia a Luis XV (que apenas lo lució, lo mantuvo más guardado que cualquier otra cosa ya que no era muy amante de las joyas), y posteriormente pasaría a Luis XVI, quien se lo regaló a su esposa María Antonieta de Austria que a su vez se lo dejaba a una íntima amiga suya, la princesa de Lamballe, para que lo luciera en las relumbrantes fiestas de Versalles a las que acudía. Pero a comienzos de septiembre de 1792, la princesa de Lamballe se iba a convertir en una de las numerosas víctimas de aquello que llamaron “Matanzas de septiembre”. A la princesa la decapitaron y su cuerpo, sometido a diversas vejaciones y con saña. Que su cuerpo fue descuartizado es de las cosas más suaves que se cuentan que se hicieron porque hay otros muchos relatos que cuentan cosas más atroces que no vamos a contar por sensibilidad. Ese hecho le provocó mucho pánico a María Antonieta de Austria cuyo final como nos cuenta la historia estuvo en la guillotina y que le cercenó su cuello donde varias veces lució ese diamante azul.

¿Y cuál fue el destino del diamante azul en aquellos días? Según parece fue robado y acabaría de incógnito en Londres, en las manos de un joyero holandés llamado Wilhelm Fals cuyo hijo, un joven de nombre Hendrick, se lo roba con el propósito de saldar las deudas que había acumulado. Aquello le iba a costar la muerte de su padre, deprimido y arruinado. El diamante fue vendido a François Beaulieuque que se suicidó como remordimiento del padre de Hendrick por la pena de no tener ya más el diamante en su poder. Así que, la joya se le ofrece a un joyero llamado Daniel Eliason que acaba sus últimos días muerto de hambre y encerrado en un cuartucho. Pero tuvo tiempo de vendérsela antes a Jorge IV.

Jorge IV, que fue obligado a casarse con una prima a la que detestaba, Carolina de Brunswick, tiene en su poder la joya azul y la incrusta en su corona. Desde entonces, el desdichado rey entra en una vorágine de sin razones y se convierte en adicto al láudano y al alcohol, a lo que hay que sumarle una ruina condenada por numerosas deudas que nunca pudo pagar. Ocho años después, muere el monarca y sus herederos se ven obligados a vender esa piedra azul que el rey incrustó en la corona. Era la única manera de hacer frente la enorme deuda que ya se venía arrastrando, y se la venden en el año 1830 a un banquero llamado Henry Philip Hope, y atención a esta personalidad porque, curiosamente, el diamante o joya azul iba a adquirir el apellido de este nuevo poseedor.

El estimado Hope no se iba a quedar atrás que sus predecesores y también supo lucir esa joya azul e incluso prestarla a algún que otro familiar para que se viera bien en las fiestas y en los bailes. Pero Henry muere en 1839 y se produjo una guerra entre sus tres sobrinos, sus únicos herederos, y la colección de joyas y gemas como herencia para ellos. Ese diamante perteneció a la estirpe de lo Hope durante cuatro décadas sin que nada les pasara a sus familiares, e incluso, fue exhibido en la Gran Exposición de Londres de 1851 y en la Exposición Universal de París de 1855. Pero, finalmente el diamante se hace con un heredero: Francis Hope. Un hombre casado con una bella actriz y que le iba muy bien en los negocios, vamos, lo que se dice un triunfador de la vida en aquella época (1887). Pero cual ráfaga de viento que derriba su castillo de naipes la vida de Francis Hope iba a cambiar de repente: pierde su fortuna familiar en el juego, pierde uno de sus pies en un accidente de caza y su esposa lo abandona en el año 1902 por otro millonario al que consideró mejor partido. Todo ese gafe repentino se pudo haber achacado al diamante, ya que Francis siguió conservándolo aunque su ex mujer (la actriz May Yohe) quiso rentabilizar esa maldición que pesaba sobre él y en los años veinte se realizó un proyecto cinematográfico, un serial de quince episodios titulado The Hope Diamond Mistery con Henry Leyford Gates de guionista, la misma May interpretando el papel de lady Hope y el famosísimo Boris Karloff interpretando al sumo sacerdote de la diosa Sita causante de la maldición. Pero a pesar de que el proyecto fue ambicioso, se convirtió en un rotundo fracaso. Aun así, May Yohe (que conocía perfectamente la historia de ese diamante al ser una de sus últimas poseedoras) siguió intentando rentabilizar su historia maldita publicando en esta ocasión un libro con el mismo título que utilizó como la película seriada y publicarlo junto a varios periódicos como suplemento para así popularizar la historia del diamante maldito. La insistente May Yohe, que en sus últimos años intentó de cualquier forma llevar al éxito la historia de esa joya, no le dio los beneficios deseados. Lady Hope acabó desempeñando trabajos primarios como ama de llaves, portera o de fregona y acabaría muriendo en el año 1938 en la más absoluta miseria. Mientras tanto, su ex marido Francis Hope acabó vendiendo el diamante a Simón Frankel, dueño de la empresa de joyería Joseph Frankel´s and Son, de Nueva York. Esta firma atravesó serias dificultades financieras y se vio obligada a deshacerse de la piedra, que pasó a manos de Jacques Colot, quien se suicida en el curso de una experiencia alucinatoria con absenta. Así que, como ven, parece que se había desatado de nuevo la ola de maldición de la joya a todo aquel que la poseía.

Su siguiente dueño iba a ser el príncipe ruso Iván Kanitovski cuyas visitas a París eran frecuentes para unirse a esa vida de lujo y diversión que mantenían los nobles. Y como noble al cual le encanta el lujo y las piedras preciosas, el diamante que antes perteneció a los Hope (la familia que más tiempo lo conservó) perteneció a este noble ruso quien lo regaló a su amante Lorens Ladue, una bailarina cuyo final tan trágico iba a estar precisamente en una sala de baile, ya que su pareja, en un ataque de celos y conociendo la historia del amorío que estaba teniendo con el príncipe ruso, le disparó durante un baile y la princesa cayó muerta con la joya colgando de su cuello. En cuanto al príncipe Iván Kanitovski, él moriría a manos de un grupo de anarquistas en vísperas de la Revolución rusa por lo que la sangre seguía acompañando el peregrinar de ese diamante.

La joya iba a tener un corto periplo por otros lugares lejanos de Francia. Primero, por Grecia, pero su nuevo dueño Simón Moncharídes murió en compañía de su mujer e hija tras caer su coche bajo un precipicio. Entonces, de Grecia pasaría a Turquía, a manos del sultán Abdul Hamid II, quien se lo regala a Subaya, una de las mujeres de su harén y cuyo final iba a ser el de apuñalamiento y el sultán derrocado en el año 1909.

Y el diamante vuelve a París en esa primera década del siglo XX. Los nuevos poseedores iban a ser una pareja recién casada que pasaban su luna de miel en la ciudad y que pertenecían a una de las familias más adineradas de los Estados Unidos, Evalyn Walsh y Ned McLean, propietarios del Washington Post. Pues bien, en el Hotel Bristol donde se hospedaban reciben la visita de un joyero llamado Pierre Cartier, que les ofrece un extraño diamante, con una historia maldita detrás, y que lo lleva oculto. La relación de la pareja con el joyero no era nueva, Evalyn ya le había comprado algunas gemas exóticas. De hecho, Evalyn fue una de las últimas personas que vio a la princesa Subaya de Turquía lucir el diamante en su garganta antes de que muriera apuñalada. Por eso Evalyn es atraída por la belleza de ese diamante, pero su marido, hombre pragmático, prefiere quedarse prendado más por su precio. La pareja no se decide al instante a comprarlo, conocen la historia de maldición que ha ido arrastrando la piedra hasta ese entonces. Así que, en aquel justo momento la venta se frustra para el joyero Pierre Cartier que seguía siendo el poseedor de esta joya que quería vender a toda costa para no ser él la nueva víctima de su maldición. Meses después, viaja a Washington a reunirse de nuevo con la pareja para un nuevo ofrecimiento, y para ello acude personalmente a las oficinas de The Washington Post de las que la pareja eran dueños y sucumben finalmente a la tentación. Su precio final: 180 mil dólares de la época (1911). Eso sí, Cartier se comportó como un verdadero vendedor y no un estafador, ya que les añadió una cláusula de indemnización a la pareja si cualquiera de los dos fallecía en los 18 meses posteriores a la venta del diamante. En el caso de que ocurriera, el dinero se devolvería al miembro del matrimonio vivo, o en su detrimento, a sus herederos. Muy loable y honrado el documento que elaboró el joyero y que según cuentan, sigue vigente hoy en día. Pues bien, finalmente ese dinero nunca fue devuelto ni se pagó indemnización porque la joya iba a aguantar la friolera de dos décadas sin que ocurriera tragedia alguna. Es más, parecía que por fin la ola de maldición se convertía en éxito ya que después de su compra y durante todos esos años Evalyn iba a convertirse en una de las mayores anfitrionas de la alta sociedad de Washington cuyas fiestas eran imperdibles y admiradas. El diamante Hope era la gran atracción de aquellas reuniones, que incluso, a veces se mofaba de su historia de terror y maldiciones cuando la colgaba del collar de su perro dogo. A Evalyn no le iban a faltar la llegada de cartas anónimas que le advertían del peligroso poder de esa piedra. Pero ella ignoraba las advertencias.

Ante las sospechas de secuestro y amenazas que recibía la familia, decidieron aumentar la vigilancia y seguridad de su casa. Pero al final, no sirvió de nada. Su joven hijo Vinson, de 9 años, murió de un atropello en el recinto de su casa. Fue una tragedia para Evalyn y su familia, pero ella no lo achacó al poder destructivo del diamante Hope. En aquel momento no, pero las tragedias familiares iban a proseguir con la muerte de otra hija, en este caso de sobredosis de tranquilizantes a la pronta edad de 25 años. Su esposo, Ned McLean, la engaña con otra mujer, dilapida su fortuna y muere en un sanatorio mental a causa de su alcoholismo. Ese dolor tan profundo de cada miembro de su familia que la abandona, convierte a Evalyn en una adicta a la morfina. Ella ya se ha dado cuenta que esa mala racha de acontecimientos provienen del diamante, al que manda bendecir, pero ya era tarde. Evalyn se ve obligada a vender sus pertenencias e incluso el The Washinton Post. No se deshace en ningún momento del diamante, sino que decide guardarlo durante veinte años en una caja de seguridad. A Evalyn le iba a llegar la muerte en el año 1947 a causa de una neumonía (60 años), pero sus joyas tienen que ser vendidas para pagar las deudas que iban a quedar su herencia. Incluida, la joya azul.

Toda esa colección de joyas la iba a adquirir Harry Winston, un prestigioso joyero neoyorquino que lo iba a mantener durante once años (sin ninguna maldición destacada) hasta que lo dona al Museo Smithsonian de Historia Natural de Washington. Esa donación se hizo por servicio postal, envuelto en papel de estraza. Desde aquel año (1958), el diamante sigue custodiado en ese museo protegido bajo fuertes medidas de seguridad. Solo lo sacaron en cuatro ocasiones para exhibirlo en exposiciones. Pero ya en la era moderna, el diamante iba a ser objeto del avance del estudio científico. El geólogo Jeffrey Post investigó junto a su equipo los misterios naturales que encerraba el diamante y se dieron cuenta que emitía un resplandor rojo fosforescente cuando la exponían a luz ultravioleta en el laboratorio. Cuando paraba la emisión de esa luz, la joya absorbió parte de ella y comenzó a emitir ese brillo rojo característico durante varios minutos. Un fenómeno extraño y pocas veces visto en un mineral con tanta historia detrás (en este caso, negativa). Esa joya sigue en el Museo Smithsonian, encerrado en una urna, de la que nunca puede salir, para que su maldición no se expanda más.

El diamante Koh-i-Noor

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La historia del diamante Hope (como han escuchado) tiene una larga trayectoria de calamidades que sean casualidades o no, son curiosas y aun así siempre ha sido de las joyas más preciadas. Pero la historia de la piedra Koh-i-Noor no se queda atrás cuando hablamos de calamidades. Es una joya maldita, especialmente, para los hombres. Su traducción del persa significa ‘Montaña de Luz’, y todo hombre que la ha poseído o ha perdido el trono o ha sido víctima de una penalidad. Pero en cambio, cuando es una mujer la que lo toma, no le ocurre nada. Que se lo digan a la reina Victoria I de Inglaterra, que es la que más tiempo la tuvo y nunca le pasó nada. Hay un escrito hindú fechado del año 1306 que decía que “quien posea este diamante dominará el mundo, pero también conocerá todas sus desgracias. Solo Dios, o una mujer, pueden llevarlo con impunidad”. Unas palabras que ya dan bastantes pistas sobre el poder maléfico de esta joya y la forma de detenerla.

La única evidencia histórica de la procedencia del Koh-i-Noor parece proceder de la región india de Guntir, en el Estado indio de Andhra Pradesh, una de las regiones que más diamantes ha producido al mundo hasta la mitad del siglo XVIII, cuando las nuevas minas diamantíferas fueron descubiertas en Brasil. Así que, parece ser que este y el diamante Hope pudieron haber sido extraído de ese mismo lugar de la India. Hay una referencia, fechada de 1526, cuya autoría es del primer emperador mongol Babur, un escritor, poeta y guerrero que en unas memorias que dejó escritas ya menciona el valor que tiene esta joya, un valor tan alto que según él con su venta se podría alimentar al mundo entero durante dos días y medio. Aquellas memorias se titularon Baburnama, y en ellas se mencionan algunas de las fatalidades que fueron ocurriendo a través del tiempo a aquellos poseedores del diamante. De hecho, Babur cuenta que perdió a un hijo y a un nieto, uno tras caerse de una escalera y el otro, quemado; fatalidades que él mismo señaló al Koh-i-Noor. Después de Babur, pasa a las manos de otro emperador mongol, Shah Jahan, el constructor del famoso Taj Mahal, cuya vida acabó por una enfermedad en el Fuerte de Agra observando por última vez su bella creación que reúne millones de visitas al año, y que acabó observando a través de una ventana proyectándose su reflejo en la joya que uno de sus hijos puso ahí y cuyo efecto maligno también dicen que asoló al arquitecto mongol. Desde entonces, el viaje de esta piedra tan peculiar vagaría de lugar a lugar, hasta acabar en Pakistán  donde la invasión de Nadir Shah recogió un gran botín, con el diamante incluido, y se fue derecho a Persia. Y él sería el que bautizaría a la piedra con el nombre por el que famosamente se le conoce, ya que cuando lo vio por primera vez (1739) solo pudo exclamar “¡Koh-i-Noor!”, que significa Montaña de Luz. La definición perfecta para una joya perfecta cuya luz iba a traer mucha malignidad como vamos a contar ahora.

Porque su poseedor en el año 1741, Nadir Sha, sufrió una tentativa de asesinato que resultó fallida, por suerte para él. Sus sospechas señalaron a su hijo más joven, Reza Quli Mirza, como principal responsable de ese ataque conspiranoico contra su padre que no resultó efectivo, y que le costaron sus ojos arrancados después de ser detenido. Pero, el final de Nadir llegaría seis años después cuando fue asesinado y su Imperio, desmoronado. Desde entonces, los sucesivos cambios de manos y muertes, parece que, producidos por la Montaña de Luz iban a ser constantes pero nada tan reseñable como lo que iba a ocurrir en el año 1839, a otro personaje importante como fue Ranjit Singh, gobernador del Punjab. En su mismo lecho de muerte llega a contar como última voluntad que el Koh-i-Noor sea trasladado al templo Jagannath para que fuera guardado allí para toda la eternidad. Pero esa voluntad no pudo ser cumplida debido a la ocupación británica a mitad del siglo XIX de la ciudadela de Lahore y el Punjab. Es más, bajo el Tratado de Lahore se fijó una cláusula que decía que la gema a la que se llamaba Koh-i-Noor debía ser entregada a la reina de Inglaterra. E iba a entrar en juego el gobernador regional de la India en aquel entonces cuyo tratado fue ratificado por él mismo, James Andrew Broun-Ramsay, conocido como el marqués de Dalhousie cuyo trabajo era el de apropiarse de los bienes indios para la Compañía de las Indias Orientales, y que dejaron una huella de saqueo por toda la zona con el visto bueno de las autoridades de Londres. Pues bien, el marqués encuentra este diamante entre uno de esos saqueos, y se queda cautivado por él. Decide quedárselo entre muchas otras joyas. Con esa acción, el marqués de Dalhousie fue muy criticado, pero él consintió en quedárselo como un trofeo de guerra, aunque de todas maneras le puso pegas a la joya, como que estaba mal cortada o que su brillo era muy pobre. Pero desde Londres le insisten muchísimo al marqués que debe entregar la joya y él, ante la presión, decide ceder. El Koh-i-Noor y otras numerosas pertenencias en forma de tesoros parte desde el puerto de Bombay en el buque HMS Medea el 6 de abril de 1850, rumbo a Londres. Un viaje totalmente en secreto para que los saqueadores y piratas de la época no atacaran la embarcación. De todas formas, el Koh-i-Noor fue la única pieza guardada secretamente en una caja de hierro dentro de la caja fuerte del barco. Una información que se mantuvo secreta y que apenas los oficiales lo sabían; solo el capitán del buque y el teniente coronel conocían su importancia de mantener bien secreto y a resguardo. Pero esa travesía no iba a ser muy tranquila, ya que al llegar a la costa oriental de Madagascar, un estallido de cólera se apodera de parte de la tripulación y tienen que salir inmediatamente del puerto debido a que la población de la isla se niega a vender suministros a la compañía a bordo. De hecho, fueron hasta atacados con armas de fuego por su tardanza en zarpar. Aparte del brote de cólera, después de salir de la Isla Mauricio con provisiones ya renovadas después de que en su anterior llegada no consiguieran nada, un fuerte vendaval que duró unas doce horas casi hace naufragar el HMS Medea. Dos posibles catástrofes que parecían que se confabulaban alrededor del diamante, para que no llegara sano y salvo a su destino. Pero acabó llegando al puerto de Portsmouth, donde los dos oficiales que únicamente conocían su existencia entre las pertenencias del barco lo llevaron a la Casa de la India Oriental, del que se iba a hacer cargo su vicepresidente J. W. Logg. Después de su llegada, se iba a celebrar una ceremonia para la ofrenda a la reina Victoria, celebrado en el Palacio de Buckingham el 3 de julio de 1850. Para ese ceremonial, hacen viajar hasta el Reino Unido al joven sucesor de Ranjit Singh, Duleep Singh, que tiene que hacer entrega como sucesor y poseedor de la joya a la reina Victoria como parte de esa larga lista de transferencias de material de la colonia india, entre las que el diamante del que estamos hablando se entrega como un trofeo de guerra.

Desde entonces, la India siempre ha exigido la devolución de ese diamante Koh-i-Noor porque fue sacado ilegalmente de su territorio. Incluso una vez lograda su independencia, el enorme país asiático no ha cesado en su empeño de reclamarlo. Esas manifestaciones de la devolución del diamante se vieron bien claro cuando la reina Isabel II visitó el país en la celebración de los 50 años de su independencia. Pero el Gobierno Británico sabe, que si devuelve la joya, tiene que devolver otras muchas. Ya lo dijo David Cameron en 2010: “Si dices que sí, de repente verás el Museo Británico vacío”.

Y no. Nunca se devolvió. Y parece que no se va a devolver nunca. El Koh-i-Noor se encuentra ahora mismo custodiado en la famosa Torre de Londres (lugar con historias fantasmales, por cierto) y la Corona Británica aun lo mantiene, no como el más valioso, pero sí, como el más misterioso.

El Orlov Negro

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Y otro de los diamantes con comienzo similar a los anteriores es el Orlov Negro u Ojo de Brahma (Brahma como el dios creador del Universo para el hinduismo). Una piedra con enorme lista de desgracias detrás y que también su historia comienza por un saqueo de un templo indio. Eso sí, las muertes que le acreditan son pocas (solo tres), lo que le deja quizá muy atrás de los dos anteriores en cuanto a su peligrosidad pero las fantasías que ha creado a su alrededor le dan un aura de misterio muy interesante  que vamos a empezar a analizar.

La enorme particularidad obvia de esta pieza es su color profundamente negro, cosa que aparte de revestirlo de ese aura de misterio también ha levantado mucha curiosidad porque su origen podría ser extraterrestre (y no, no me refiero a que unos seres extraterrestres lo hayan puesto en nuestro planeta para un fin), a esa conclusión fue a la que llegaron los dos autores de un artículo que le dedicaron al Orlov Negro en el año 2006, en general, para todas este tipo de joyas de color negruzco. Pero durante toda la historia hemos encontrado piezas de este tipo y con ese mismo color en las canteras de Brasil y en la República Centroafricana, pero no en la India, cuyo origen de la piedra carbonada es de allí, y esa rareza es lo que la hizo ser algo especial. El hecho de llamarlos carbonados procede de Brasil, ya que su color negro es semejante al del carbón. ¿Vendrán realmente del exterior como se llegó a la conclusión en el año 2006?

Y si ya sabemos que gracias a su color tiene apellido, ¿de dónde viene lo de Orlov? Pues ese nombre lo acuñó del zar del mismo nombre cuya joya se la regala a la zarina Catalina II. Así que, la joya permaneció en manos de los zares de Rusia hasta que estalló la revolución de 1917. A principios de los años 30, la adquiere un comerciante de diamantes llamado J. W. Paris y se la lleva a América. Y justamente él iba a ser la primera víctima de un dueño de esta joya carbonada porque sin explicar por qué, se lanza al vacío desde una ventana de un rascacielos de la ciudad de Nueva York, muriendo en la caída como es obvio. No iba a ser el único suicidio achacado a la famosa piedra, porque dos princesas pertenecientes a la aristocracia rusa que habían poseído en algún momento el diamante también tuvieron muertes similares en distintos lugares; hablamos de Nadia Orlov y de Leonila Viktorovna-Bariatinsky. Tres muertes por suicidio y algo en común, tuvieron por un tiempo la propiedad del diamante Orlov.

A mitad del siglo XIX iba a ocurrir un hecho importante para el diamante. En el año 50 lo adquiere Charles F. Wilson, del que, como todos, queda prendado de esos 195 quilates de negro espesor y con el calificativo de joya de la muerte, algo que le impresiona muchísimo y produce que tenga más interés en él. El interés es tan obsesivo para Charles que decide mandarla cortar en tres partes para que la piedra dejara de transmitir cualquier mal. Uno de esos tres pedazos se lo queda él y es el que se conserva en la actualidad con un peso de 67,50 quilates; pero sigue siendo el Orlov Negro. De los otros trozos, no sabemos si se desperdiciaron o se los acabó quedando alguien. El caso es que hasta 2004, el pedazo que antes tuvo Charles Wilson pasa a Dennis Petimezas, un joyero y comerciante de diamantes del Estado de Pennsylvania que lo compró en una subasta en 1995. Él ya dijo en una entrevista que lo compró por su fascinación a primera vista, ya que nunca antes había visto un diamante negro. Pero conocía su historia. En septiembre del 2005, se expone en el Museo de Historia Natural de Londres. Y en el año 2006 ocurre un hecho curioso, una promesa que realiza la actriz Felicity Huffman por querer llevar la joya colgada de su cuello en la ceremonia de entrega de los Óscar, en la que ella estaba como actriz principal nominada por la película Transamérica. Ese hecho cautivó a la prensa, y de alguna forma se pensó que si la actriz lo hubiera hecho, la maldición que arrastraba al Orlov se hubiera desvanecido. Pero no lo hizo. ¿Qué hubiera pasado entonces si una mujer, como era este caso, la hubiera lucido de la forma en que antes no se pudo lucir? ¿Se hubiera acabado toda maldición? ¿O es que a la actriz le entró el pánico o la cautela al final y no quiso llevarla por si acaso era ella la siguiente?

Finalmente, el Orlov Negro se pone a subasta el 11 de octubre del 2006, así lo quiso su todavía dueño Dennis Petimezas, que dijo antes de la subasta que la maldición ya era parte de la historia, que no había peligro. Con ese convencimiento de su poseedor, la joya se acabó vendiendo en esa subasta por unos 350 mil dólares, ¿su comprador? Una persona anónima de la que únicamente se sabía que no era estadounidense.

Así que, parece que el halo de fatalidad creado alrededor del Orlov Negro, no parece que sea para tanto. Porque además, esa serie de maldiciones que ha arrastrado ya se demostraron en profundas investigaciones. Por ejemplo: las dos princesas rusas (Leonilla Ivanovna Bariatinskaia y Nadia Nadezhda Petrovna Orlov) llegaron a los casi 100 años de edad cada una, no hubo suicidio ni asesinato como se contó; sobre el comerciante J. W. Paris apenas existe documentos de que se lanzara desde un rascacielos. Así que, parece que esas tres muertes se exageraron o se inventaron para darle ese hito de gran piedra misteriosa. Y no le vamos a etiquetar esa calificación, porque realmente fue una piedra especial, pero quizás, no tan maldita. Quién sabe.

El ópalo maldito de los Borbones

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Y seguimos con la lista de piedras que han traído la mala suerte. Vamos ahora con un ópalo. Porque, de hecho, el ópalo siempre ha sido considerado un receptor de la buena suerte. Admirada por griegos y romanos, la consideraban un mineral de premonición y de buena fortuna. Los árabes se han referido a ellos como “llegados de los rayos”, pero en muchas tradiciones orientales también consideran a los ópalos piedras de la buena suerte. Cosas tan fantásticas se han dicho de ellos, que hasta se ha contado que te podía dar el poder de la invisibilidad. ¿Y su poder maldito? Pues llegó con las historias y leyendas de brujas. Porque siempre se ha dicho que las brujas podían producir la muerte de quien desearan solo con hacerles mirar el ópalo, de ahí el parecido de esta piedra con los ojos de un animal, ya sea el de un gato, un sapo, o una serpiente; animales utilizados en rituales de brujería, según las leyendas.

En tiempos de la Edad Media, el ópalo siempre había sido una gema muy apreciada, siempre acogida como amuleto para traer la buena fortuna; pero todo eso cambia cuando llega la peste negra y cómo arrasó con la vieja Europa, con más de cincuenta millones de muertes. Pero, sobre todo, la terrible enfermedad acosó aún más a una ciudad en concreto: Venecia. Porque a mitad del siglo XIV, la ciudad de los canales llegó a perder dos terceras partes de los habitantes. Entonces, la gente desesperanzada y con un profundo temor por no ser contagiado, tenían que creer en algún milagro, en algo material que podría salvarlos, porque la medicina no estaba en absoluto nada avanzada. Ahí es cuando entraron en juego los ópalos. Decían que ponías en contacto la persona enferma con la dichosa gema, ésta resplandecía con una intensidad extraordinaria y eso se acabó convirtiendo en un terrible presagio para aquellos que eran alcanzados por la enfermedad, porque ese brillo se opacaba una vez se producía la muerte del enfermo. Y no es ninguna chorrada esto, porque puede que tenga incluso su explicación científica, y eso es porque el sudor frío y la fiebre harían reacción con la composición mineral del objeto y casi como si fuera un termómetro, reacciona. Distinto a si mueres, que ya no hay luz ni reacción, solo oscuridad opaca.

La leyenda de los ópalos se iba a acrecentar en el siglo XIX gracias a una novela llamada Anne de Geierstein (escrita por Walter Scott). Y en esta obra iba a empezar a amoldarse la moderna leyenda negra del ópalo ya que la historia nos habla de cómo la princesa lady Hermione había sido encantada y cuya vida estaba íntimamente ligada a un ópalo que siempre llevaba engarzado en su cabello. Una piedra que brillaba cuando la princesa estaba contenta y que desprendía rayos rojos, cuando se enfadaba. Hasta que, cierto día, unas gotas de agua bendita caen sobre la gema y el ópalo se vuelve completamente opaco. En ese momento, la novela cuenta que Lady Hermione tiene que ser trasladada directamente a su alcoba por perder el conocimiento. A la mañana siguiente, se produce una tragedia con la desdichada joven, cuando vuelven a visitarla en sus aposentos para ver cómo se encontraba, descuben un montón de cenizas.

Eso es parte de una historia. Ficticia, claro está. Pero no os podéis imaginar cómo descendió el precio de los ópalos en tan solo año produciendo una paralización en el mercado europeo que duraría unas décadas. Pero aparte de esa influencia literaria, la mala fama de esta piedra estaba en su fragilidad, que según contaban, se rompía con bastante facilidad cuando se tallaban. Por eso los joyeros preferían no trabajarlos, considerándose definitivamente una joya maldita y transmisora de desgracias. Propiedades mágicas y maldición, ingredientes indispensables para una buena historia de misterio en una piedra preciosa, si ya le unimos la obsesión mercantil y las trabas que se le puso para su venta, mejor. Y hay una familia monárquica que conoce muy bien cómo se las gasta la maldición de un ópalo porque hay una leyenda e historia titulada El Ópalo Maldito de los Borbones, ¿quieren conocerla?

La historia empieza en la segunda mitad del siglo XIX y con una belleza italiana llamada Virginia Oldoini, Condesa de Castiglione, que de repente se ve involucrada de lleno en la familia de los Borbones cuando flirtea con un joven Alfonso de Borbón de solo 17 años que sin tener la mayoría de edad ya tuvo un profundo romance con una mujer considerada de las más bellas por entonces, de 37. Ese joven que posteriormente fue nombrado Alfonso XII y coronado rey con esa edad tan temprana. A pesar de esa obsesión enfermiza que el joven rey tiene por la condesa italiana, acaba contrayendo matrimonio con su prima hermana María Mercedes de Orleans, y a la postre, enamorarse de ella. De ahí que algunas crónicas nos cuenten que esa traición amorosa no se la iba a tomar muy bien la condesa de Castiglione e iba a tirar de los poderes de un ópalo como castigo por ello. Regala al matrimonio un sencillo ópalo engarzado en un enorme anillo de oro puro, algo de lo que María Mercedes se queda prendada al momento y logra ponérselo en el dedo. Así que, viniendo de quien venía el regalo y conocido ya por esa época el poder maligno del ópalo, mal augurio se presentaba al recién matrimonio real.

La boda real entre Alfonso y María de las Mercedes se celebra en la Basílica de Atocha de Madrid el 23 de enero de 1878. Como pasa con este tipo de ceremonias, el lujo y la fastuosidad están muy presentes, ¿quién pensaría que una desgracia iba a acechar a esta joven pareja llena de vida y amor? Pues ocurrió. María de las Mercedes solo duró cinco meses casada con el rey Alfonso, el tifus le arrebató su vida justo dos días después de haber cumplido los dieciocho años. Esta fue la primera muerte de un miembro de la familia Borbón que fue cobrada por el ópalo, porque una vez fallecida, Alfonso le regala ese anillo con la piedra en su interior a su abuela, la reina María Cristina de Borbón-Nápoles, que muere poco después. Quizá fuera casualidad en este segundo caso por la avanzada edad que tenía la viuda de Fernando VII (72 años), pero fue obtener la piedra, y fallecer al poco tiempo. ¿No les parece casualidad?

Aquella primera muerte provocó una enorme tristeza en el joven Alfonso XII. Se había convertido en viudo con solo 20 años, y necesitaba un heredero para continuar con la dinastía borbónica. Así que consigue cortejar a su cuñada, María Cristina de Orleans, la cual se mostró dispuesto a reemplazar el lugar que dejó su hermana. Mujer que no era nada supersticiosa, hizo oídos sordos sobre la maldición del ópalo y se encaprichó de la joya, por lo que Alfonso XII no duda en regalársela. Pero en abril de 1879 llega su final, fallece con solo 26 años de tuberculosis. Dos muertes consecutivas en menos de un año. Triste maleficio en el matrimonio con Alfonso XII.

Así que el ópalo vuelve a las manos del monarca, y parecía que nunca quería irse. Esas tres muertes tan cercanas y tan consecutivas en el tiempo dejaron muy tocado al joven rey, y ya algo se comentaba que pudo ser un maleficio originado por la condesa de Castiglione. La hermana de Alfonso, María del Pilar de Borbón, iba a ser la siguiente; después de que su hermano le pasara el anillo, iba a morir también al poco tiempo con 18 años víctima de la misma enfermedad que se había cobrado la vida de las otras mujeres, todo un misterio. Otra vez la tuberculosis, enfermedad que en menos de un año se había cobrado 3 miembros de la familia Borbón. El ópalo, mientras tanto, vuelve de nuevo a las manos de Fernando oculto en ese anillo. Él parecía el único inmune a esa maldición, solamente las de género femenino parecían ser las afectadas.

Alfonso guarda el anillo, ya sin ninguna intención de regalarlo o de lucirlo. Pero unos años después, antes de celebrar su vigésimo octavo cumpleaños lo luce y muere. Y con la muerte de Fernando XII ya parecía cerrarse ese círculo que comenzó con un regalo de la condesa Castiglione, algunos dicen como despecho por ese rechazo amoroso. Pero es de analizar realmente esto, ¿el ópalo podría ser un transmisor de enfermedades? ¿O en verdad era una maldición? La viuda del rey, la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena (que nunca lució el anillo, por cierto), mandó rociar el anillo con agua bendita y que lo engarzaran en una cadena de oro para que adornara el cuello de la patrona de Madrid, Nuestra Señora de la Almudena. Ahí quedaría siempre a buen resguardo, y ya no se cobraría más víctimas. Allá, en la catedral de Santa María de la Almudena no sabemos si todavía, con el paso de los años, la maldición de ese ópalo sigue siendo eficaz. Mejor dejarlo allí, bajo techo sagrado.

El zafiro púrpura de Delhi

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Y terminamos el repaso a esta clasificación de 5 joyas malditas con un zafiro. Y para ello tenemos que remontarnos a los años 70, justamente en el Museo de Historia Natural de Londres. Este museo seguro que muchos de los seguidores lo conocen y lo han visitado contiene más de 70 millones de especímenes y objetos relacionados con el mundo natural, contenía uno de los minerales que dio tanto de qué hablar. Por entonces, el conservador del museo, Peter Tandy, se tuvo que encargar de archivar una enorme lista de objetos en ese almacén del museo londinense. En mitad de esa ardua tarea se da de bruces con una caja que lleva escrita una inscripción: Delhi Purple Shpappire, es decir, el Zafiro Púrpura de Delhi. El título ya daba muchas pistas de lo que el archivero se iba a encontrar dentro, pero cuando la abre se encuentra otra caja de menor tamaño, que a su vez contenía otra caja de menor tamaño, así, hasta siete cajas. No, no era una matrioska rusa, pero el sistema era idéntico. Cuando llega a la última caja, el conservador espera encontrarse con el dichoso zafiro, pero no era un zafiro lo que encuentra, era una amatista de color violeta. Claro está, Peter Tandy sabía que encontrar un zafiro violeta como decía el título era muy difícil porque normalmente suelen ser azules, y, en cambio, las amatistas, violetas. Así que, nuestro amigo observa atentamente la joya y no se percata de nada especial, ni siquiera por su tamaño ni belleza. Él ya estaba acostumbrado a ver amatistas de mayor belleza a la que tenía en ese momento. La piedra estaba rodeada por un anillo de plata que llevaba grabados símbolos astrológicos y una serie de palabras consideradas mágicas, todo unido a dos gemas talladas en extraña forma de escarabajo egipcio. Y qué curioso esto último, porque el escarabajo fue considerado amuleto de vida y poder en la mitología egipcia así como protector contra el mal visible o invisible. Algún tipo de misterio guardaba para haberse encontrado escondido y amparado por varios amuletos de la buena suerte. Pero también una nota. Una nota firmada por Edward Heron-Allen.

Nacido en el año 1861 en Londres, Edward Heron-Allen se dedicó al conocimiento, estudió en la prestigiosa escuela de ministros Harrow School. Estudioso de las ciencias, de los clásicos y de la música, también practicó la abogacía. Fue alguien con una capacidad intelectual excepcional que se hizo sobresalir en todo lo que emprendía. Un verdadero hijo de la Revolución Industrial y prohombre de patria. Violinista, experto también en quiromancia, grafología, paleontología y en lengua persa. Escribió libros de manual de todo tipo, desde arqueología hasta el budismo, e incluso uno muy curioso sobre el cultivo de los espárragos. Casi nada. También compartió una buena amistad con Oscar Wilde, ya que escribió libros de terror y ciencia ficción muy aclamados entre la juventud de su época. Todos estos datos los descubre Peter Tandy entre los escritos sobre la figura de Edward Heron-Allen, que parece ser, fue el último propietario de la joya. Una nota que estaba firmada con ese nombre que acompañaba a una frase que era inquietante y que decía “triplemente maldita y teñida con la sangre y el deshonor de todos los que la [habían] poseído”.

Esa nota continuaba de esta manera: “Desde el momento en que lo tuve, las desgracias me atacaron hasta que lo hice atar con una serpiente de dos cabezas que había sido un anillo del dedo de Heydon el Astrólogo, anudado con placas de magia zodiacal y dos amatistas de escarabajo de la reina faraón Hatshepshut, traídas de Deir-el-Bahari”. Peter Tandy consiguió descifrar algunos de los nombres propios que se mencionan en esa nota. Descubrió que el apellido Heydon se refería a un astrólogo del siglo XVI llamado Christopher y que Deir el-Bahari era un complejo de templos funerarios y tumbas que se encontraba frente a la antigua ciudad de Tebas. La carta estaba fechada en octubre de 1904, y Heron-Allen había dejado escrito no solo esa dirección y frases, sino también la odisea que recorrió esa amatista bautizada como zafiro a través de los años. De alguna forma era una mini biografía de un zafiro que no era auténtico. La joya tuvo un origen similar a los otros casos que hemos contado, robada por un coronel de caballería de Bengala (de nombre W. Ferris) y llevada a Gran Bretaña aprovechando esa revuelta hindú de 1857 donde se saqueron muchísimos tesoros y joyas del reino indio. Las desgracias no se iban a hacer esperar nada más pisar suelo inglés. Y el primero en sufrirlas, el coronel Ferris que se encargó de robarla y de trasportarla. Su familia acabó acosada por problemas financieros y de salud cuando antes de llegar esa piedra todo era prosperidad y buena salud. Esa maldición de deuda económica y de malas enfermedades acabaría pasando a la descendencia del coronel, algo que en la nota estaba así de especificado. E incluso, un amigo de la familia que mantuvo durante su poder durante un tiempo ese falso zafiro, acabó suicidándose.
La piedra recala entonces en el autor de esa breve pero tan bien documentada nota, Edward Heron-Allen (1890). Él también fue portador de las calamidades que anteriormente trajeron consigo la piedra y sin mala intención, se la regala a un amigo que este a su vez se la devuelve por deteriorarse tanto su salud como su bolsillo tan alarmantemente en tan poco tiempo. Heron-Allen vuelve a regalar esa piedra que él no quería a una amiga cantante que en poco tiempo pierde su voz y nunca más vuelve a recuperarla. Así que, sin poder regalársela a nadie más y viendo que a cualquier mano que llega produce maldición y calamidad, la arroja al agua, concretamente al Regent´s Canal de Londres para que de esa forma pudiera tener una vida tranquila sin que su familia ni él sufriera percances.
Tres meses después de deshacerse del catalogado como zafiro púrpura, Edward Heron-Allen estaba tranquilo cuando alguien se presenta en su casa para devolverle aquella gema que arrojó al canal. La cara de sorpresa de su antiguo poseedor pues ya la pueden deducir, aquella joya fue recuperada por un dragador que a su vez fue comprada por un gemólogo que sabía que su anterior dueño era Edward Heron-Allen. Así que, se presenta en su casa pensando en que de verdad querría recuperarla y que podría vendérsela a buen precio. Decide quedársela, pero de nuevo la mala suerte se iba a cebar con Heron-Allen. En el año 1904, con una hija afectada de salud y con la creencia de que la joya podría empeorar la situación con su maldición, decide depositarla dentro de siete cajas rodeada de decenas de amuletos protectores del mal y dio instrucciones precisas a sus banqueros para que la guardaran hasta después de su muerte hasta que un heredero se hiciera cargo. Y eso es lo que se encuentra Peter Tandy, pero además con un mensaje bien claro reflejada en una frase un poco alarmante: “Cualquiera que abra las cajas leerá esta advertencia, y después hará con la gema lo que considere oportuno. Mi consejo es que la arroje al mar”.

Al final, tras la muerte de Heron-Allen en 1943, una de las hijas heredera, Mair Jones, decide donar la piedra al Museo de Historia Natural de Londres. Una piedra que nunca quiso tocar, porque conocía bien su historia por boca de su padre. En fin, esto se puede entender como una broma o como una leyenda ficticia pero ocurre un hecho curioso, en 2004. John Wittaker es el responsable del Departamento de Micropaleontología del Museo de Historia Nacional y tuvo la intención en aquel año de mostrar el zafiro púrpura en la primera reunión anual de la Heron-Allen Society (una fundación dedicada a estudiar la vida y obra de Edward Heron-Allen). Pues bien, cuando John Witakker sale junto a su esposa y con la dichosa piedra en su poder ocurre una de esas casualidades curiosas y que él mismo lo relató de esta forma: “El cielo se puso de repente y completamente negro y nos vimos atrapados en medio de la más espantosa de las tormentas. Pensamos en abandonar el coche y salir corriendo mientras mi mujer gritaba: ¿Por qué tuviste que traer esa maldita cosa?”

Qué curiosa y sugestiva casualidad para terminar esta historia. Una inclemencia del tiempo que podría haberse originado en un momento, pero que fue declarado como culpable de la fuerza maldita de la joya. Después de aquel primer intento, John Whitakker lo intentó una segunda vez, pero una grave infección intestinal produjo la segunda cancelación consecutiva de la exhibición del zafiro ante los miembros del hombre que más tiempo lo tuvo. Y a la tercera, tampoco fue la vencida. Un cólico renal volvió a dejar a Whitakker en el dique seco. Y no iba a ver un cuarto intento, directamente la reunión se haría dentro del Museo, porque parecía que la joya no quería salir de ahí, y las horrendas casualidades que lo acompañaron, lo certificaba. Y así fue la historia de esa amatista bautizada posteriormente como Zafiro Púrpura de Delhi que nunca jamás ha salido de las paredes del Museo de Historia Natural de Londres (y eso que tuvo tres intentos).


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Este libro es una "joya" imperdible para saber todo lo que tienes que saber de estas cinco joyas malditas de la historia.




Con los recuerdos pasa como con las joyas; los falsos parecen más reales.
SALVADOR DALÍ





 

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