La historia de María Josefa de los Dolores Anastasia de Quiroga
Capopardo, conocida como “la monja
de la llagas”, o sor Patrocinio,
es fascinante pese a que hoy es muy ignorada. Para conocer su vida, tenemos que
remontarnos al siglo XIX español, una centuria cargada de muy turbulento, de muchos
acontecimientos políticos y sociales, de conflictos armados, levantamientos
militares, revueltas, duros enfrentamientos políticos, gobiernos inestables y efímeros…
Uno de los
personajes más populares de mediados del siglo XIX en España fue sin duda esta
mujer, nacida en un pueblo de la provincia de Cuenca en 1811, y que afirmaba tener
los estigmas de Jesucristo en manos, pies y costado desde 1829. Sufrió
persecuciones dentro y fuera de la
Iglesia , así como vejaciones constantes del demonio, según se
relata. Recibió supuestamente dones y carismas extraordinarios, como el de la
introspección de conciencias que le hacía leer el alma de la gente. Se le acusó
de provocarse ella misma las llagas y de intervenir en política aprovechándose
de la confianza que inspiraba a la entonces reina gobernadora María Cristina de
Borbón y a su hija Isabel II.
Sigue
perviviendo esa mirada de sor Patrocinio como una monja politiquera que supuestamente manejaba a Isabel II, de la religiosa que
se inventó sus llagas, éxtasis y visiones para favorecer al bando carlista en
un primer momento y luego a Isabel II; de la bella joven que cautivó a escritores
como Mariano José de Larra y a políticos como Salustiano de Olózaga; de la
fundadora de diecinueve conventos y colegios para niñas pobres; de la aparición
de la Virgen
que tuvo; de su misteriosa capacidad para, sin tener apenas formación, escribir
obras literarias… Sin embargo, ¿qué ha de cierto en todo esto?
Vamos a tratar de desgranar la vida de esta misteriosa mujer del siglo XIX que tantos adeptos y detractores supo congregar, casi a partes iguales, llegando incluso a sufrir varios atentados.
Nacida en 1811 en un pueblo de Cuenca, San
Clemente, sus primeros años de infancia estuvieron marcados por la guerra de la Independencia
(1808-1814). Se cuenta que, ya desde pequeña, Dolores se vio acosada por el
demonio, hasta el punto de al supuestamente ser esta niña un alma predilecta de
Dios intentó varias veces quitarle la vida, sin éxito. Eso hizo que el maligno,
al parecer, la atormentara de mil maneras. Hay una anécdota muy jugosa que afirma
que su padre, Diego de Quiroga, la trasladó a una habitación contigua a la suya
para vigilarla. Pero sucedió que, al entrar él en el nuevo dormitorio de su
hija, la vio rodeada de peligrosos saurios como salamanquesas y lagartos, los
cuales, al disponerse a matarlos, desaparecieron misteriosamente.
Es curioso también el odio casi diabólico que
su madre, Dolores Capopardo, profesaba hacia su hija, hasta el extremo de
intentar emponzoñarla dándole de comer una tortilla envenenada. Según se dice,
un criado, advertido del peligro, previno en seguida al padre de Dolores, quien
ordenó que diesen de probar antes la tortilla al gato, el cual murió instantes
después retorcido por el dolor.
Tras fallecer su padre, se trasladó con su
empobrecida familia a Madrid, donde rechazaría a Salustiano Olózaga, entonces
joven abogado, enamorado de ella y centro del proyecto matrimonial que su madre
fraguaba para su hija. Ambos personajes habrían de volver a encontrarse en
momentos difíciles de la vida de la religiosa: con motivo del proceso judicial
que sufrió en 1835 y en su exilio en Francia, tras la revolución de 1868.
Olózaga fue un político liberal progresista, que llegó a actuar como preceptor
de la reina niña Isabel II, fue también diplomático, escritor… Se dice que la
belleza física e inteligencia de Dolores cautivaron a hombres como a Olózaga,
quien, dicen algunos, al ser rechazado, emprendió por despecho una campaña de
calumnias acusándola de provocarse los estigmas.
Con 15 años, en 1826, ingresó en el Convento
de las Comendadoras de Santiago de Madrid. Tres años después, siendo todavía
novicia, recibió su primera llaga en el costado izquierdo, lo que se interpretó
como estigma. En 1830 hizo profesión solemne en la Orden de la Inmaculada Concepción
de Nuestra Señora (concepcionistas franciscanas descalzas), en el convento de
Jesús, María y José del Caballero de Gracia, en Madrid, tomando el nombre de Sor María Rafaela de los Dolores y del
Patrocinio. A partir de entonces sufre varias visiones místicas, quedando
muchas de estas experiencias reflejadas en su cuerpo: llagas en pies y manos,
así como las de la corona de espinas.
Fotografía de Sor Patrocinio (a la izq,) y los reyes. |
Hay que ponerse en el contexto y entender la
polvareda que levantó en la villa y corte de Madrid el que una novicia
presentase los “estigmas de Jesucristo” en forma de erosiones en manos, pies y
costado. En poco tiempo, la fama de sor Patrocinio se fue extendiendo y era
vista por muchas personas como una santa en vida. Se acercaban al convento
donde residía fieles de toda condición: pueblo llano, aristócratas y cortesanos
de la reina Isabel II y su marido el rey consorte Francisco de Asís de Borbón.
Una fecha clave fue el 13 de agosto de 1830,
día en el que se le apareció a sor Patrocino la Virgen María ,
dejándole la imagen de Nuestra Señora del Olvido, Triunfo y Misericordias,
venerada hoy en el convento del Carmen de las concepcionistas franciscanas de
Guadalajara, donde responsan sus restos mortales en una capilla.
Cinco años más tarde, en 1835, fue procesada
judicialmente por impostura, así como acusada de apoyar la causa carlista. Fue
sacada de su convento y, tras varios traslados, fue desterrada de Madrid (vivió
dos años en Talavera de la Reina ).
Allí comenzaría a escribir el llamado Libro
de Oro, cuyo título original era Mes
de María Perpetuo.
La causa judicial de la que fue objeto esta
monja para dilucidar el origen de las llagas, si como ella decían procedían de
una acción sobrenatural, fue curioso y tuvo su eco en la época. El juez convocó
a tres facultativos que, tras un examen y descripción minuciosos de las
lesiones, se comprometieron a su curación, cosa que, en efecto, consiguieron.
Entre esos médicos estaba el conocido como “restaurador de la cirugía española”,
Diego de Argumosa, gran innovador en el campo de la ciencia médica que destacó
por realizar el primer ensayo clínico e impulsar el uso de la anestesia en
España (introdujo el éter en 1847).
El móvil del fraude se hallaba, según se
decía, en el beneficio económico en limosnas y donaciones que la fama de
santidad de la religiosa representaba para la Orden y sus conventos.
Acabada la regencia de María Cristina de
Borbón y del general Espartero y siendo ya Isabel II reina de pleno derecho, en
1843, se permite a sor Patrocinio el regreso a Madrid, concretamente al convento
de La Latina
que regentaba su Orden. Su influencia en los reyes Isabel II y Francisco de
Asís va ascendiendo y se la traslada al convento de Jesús Nazareno donde ocupa
el cargo de maestra de novicias (1845). En 1849 sufre un atentado con arma de
fuego del que sale ilesa. Poco después es elegida abadesa, siendo reelegida
para el mismo cargo, hasta su muerte, en los diferentes conventos a los que fue
trasladada. Paga sus maniobras contra un político y militar destacado de la
época, Ramón María Narváez, con un destierro al Convento de Santa Ana de
Badajoz (1849), aunque el general pronto la perdona y permite su regreso.
Para intentar alejarla de Madrid y de su
supuesta influencia en la voluntad de Isabel II y su marido, es enviada a Roma
para que sea estudiada su presunta fama de santidad; sin embargo, enferma en el
camino y no puede llegar a Italia. Es trasladada, por orden del gobierno, al
convento de las Hermanas Descalzas de Toledo. Más tarde, en el convento de
Montserrat de Madrid, funda la primera escuela para párvulos, de niñas pobres.
Fruto de más intrigas políticas, es
desterrada al convento de Clarisas de Santa Catalina Mártir de Baeza, Jaén.
Poco después inicia la misión de fundar de conventos, siendo el primero el de
San Pascual en el Real Sitio de Aranjuez. En él tuvo lugar un segundo atentado
sobre Sor Patrocinio, también con arma de fuego e igualmente sin efecto. A este
convento le seguirían otros en La
Granja de San Ildefonso, en San Lorenzo del Escorial y en
Guadalajara.
En septiembre de 1868 estalla “la Gloriosa ”, la revolución
que destrona a Isabel II y sor Patrocinio marcha a Francia, quizá por el miedo
a caer en manos de revolucionarios. Allí la monja continúa su misión fundadora.
Con la restauración de la monarquía borbónica, en 1874, y la llegada al trono de
Alfonso XII, hijo de Isabel II, se le permite el regreso a España, donde
prosigue su labor fundadora, incluso durante el último año de su vida.
Fallece en el convento del Carmen de
Guadalajara, en 1891, donde está enterrada. Su proceso de beatificación comenzó
en 1907 y está en curso.
¿Cuál es la verdadera cara de esta célebre
monja del siglo XIX español? ¿Tanta influencia llegó a tener en la corte como
para aconsejar a la reina sobre un gobierno u otro? ¿Realmente formó parte de
esa camarilla palaciega que era capaz de decidir el rumbo de los ministros y
los gobiernos? Lo que está claro es que sor Patrocinio fue uno de los
personajes más conocidos y discutidos de todo el siglo XIX español. Ciertamente
mantuvo unas estrechas y confidenciales relaciones con Isabel II y su esposo el
rey consorte Francisco de Asís de Borbón, cuyo matrimonio había anteriormente
predicho y favorecido, y con todos los miembros de la familia real; así como con
el confesor de la reina, el padre Antonio María Claret, y la madre María
Micaela del Santísimo Sacramento, fundadora de la hermanas adoratrices (ambos
canonizados por la Iglesia ).
La gran pregunta sería ¿se valía realmente
sor Patrocinio de su situación para hacer y deshacer ministerios, apoyar pretensiones
dinásticas, distribuir puestos políticos, etc.? Desde luego influencias sí que
tuvo en la voluntad de la reina y su marido. Aunque es cierto también que sor
Patrocino fue objeto de críticas malignas por parte de masones, liberales,
progresistas y de todos los que, en un momento dado, se sentían frustrados en
sus ambiciones políticas. La culpable era siempre sor Patrocinio y, por
diferentes motivos, fue calumniada, perseguida y desterrada en varias
ocasiones. Se la acusó, por ejemplo, de ser la responsable del atentado del
cura Merino contra Isabel II, en la
Basílica de Atocha, en 1852, y de apoyar la causa carlista.
Por todo ello, se la ha llegado a definir como “campeón de desterrados”.
Sor Patrocinio e Isabel II |
Bendiciones
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