Un siglo del enigma Tutankamon

 En esta sección homenajeamos una curiosa efemérides cumplida el pasado 4 de noviembre de 2022 cuando se cumplieron justamente cien años del hallazgo de la tumba de uno de los faraones más enigmáticos que ha dado Egipto hasta hoy en día: Tutankamon.

De hecho, aparte del gran misterio que supuso su vida y contexto histórico y social del antiguo Egipto es la maldición que arrastró la apertura de su tumba por aquel grupo de expedicionarios comandados por Howard Carter y lord Carnarvon.


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100 años después de una de las revelaciones del antiguo Egipto más sorprendentes del pasado siglo, la tecnología 3D ha recreado lo que pudo ser el aspecto físico de ese faraón tan misterioso y querido por los que aman la egiptología o los enigmas y descubrimientos de Egipto, Tutankamón. Un faraón que murió con tan solo 18 años, que medía 1,65 metros y que en la fotografía lo han recreado de cuerpo entero agarrado a un bastón como quejándose de sus problemas físicos al tener uno de sus tobillos completamente doblado [tenía un pie deformado, lo que explica que en su tumba apareciesen 130 bastones. También tenía escoliosis y sufrió malaria]. 

Tutankamón nació del seno de un faraón muy impopular como fue Akenatón, ya que al haber perdido guerras y territorios como la actual Siria lo convirtieron en culpable de la decadencia del pueblo egipcio en aquellos años, acompañado de la decisión de éste de instaurar el monoteísmo y culto a un solo dios: Atón, rey del Sol. Toda aquella culpabilidad hacia su padre obligó a Tutankamón a instalarse en la antigua ciudad de Tebas -hoy, Luxor- y quedarse durante poco tiempo reinando, pero en el politeísmo que no quiso su padre.

Tutankamón era solo un niño cuando llegó al poder, por eso se decía que en realidad quien gobernaba en la sombra era su consejero, Ay, el padre de Nefertiti, esposa de Akenatón con quien tuvo seis hijas. La muerte prematura y misteriosa de Tutankamón propició que Ay pudiera ser el faraón, por eso enterró precipitadamente el cuerpo el Rey ‘Tut’ y se casó enseguida con su viuda, quien además era su nieta.

Aquellas teorías del fallecimiento de Tutankamón fueron variadas, pero las que más predominaban eran las de asesinato o muerto en combate. Uno de los egiptólogos más prestigiosos del mundo, Zahi Hawass lo tiene claro: «Tutankamón no murió asesinado ni en combate. Tuvo un accidente en una cacería. El agujero que hay en su cabeza era para introducir el líquido de la momificación».*

*Fuente: https://www.abc.es/xlsemanal/historia/tutankamon-cara-como-era-rostro-recreacion-tecnologia-3-d.html#

El aspecto físico de Tutankamon en cuerpo real, realizado con tecnología 3D. // Fuente: Nortedigital

La deformación en la cabeza que tenía Tutankamón es otro de los grandes temas de debate por los estudiosos de su historia. Algunos creen que pudo ser intencionada desde bebé por razones estéticas, pero los expertos se inclinan más por una patología hereditaria de su padre, quien también tuvo trastorno hormonal.

En cuanto a la famosa escultura de su tumba, tan icónica y recreada, se creyó que pudo estar destinada a su hermanastra Meritatón, pero otros creen que era una representación del padre de Tutankamón con unas formas femeninas propias a como éste se representaba a veces en vida. La teoría de que aquella tumba estuvo destinada a la hermanastra fue considerada hasta el punto de mostrar como prueba la muerte precipitada del joven faraón, y cuya improvisación que tuvo que realizar y ordenar Ay, el padre de Nefertiti y posterior faraón a la muerte de ‘Tut’, lo hicieron enterrar con el mismo ajuar funerario destinado a Meritatón. De ahí que la máscara funeraria de Tutankamón sea más similar al de una mujer a la que él tuvo como faraón.

 

Imagen de perfil en 3D del cráneo de Tutankamon. // Fuente: ABC

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La maldición de Tutankamon, ¿cómo comenzó?

<<Lord Carnarvon. No entre en tumba. Peligroso desobedecer. Si ignora advertencia enfermará sin recuperación. La muerte lo reclamará en Egipto.>>

 

Esta fue la advertencia que recibió un aristócrata, arqueólogo aficionado y entusiasta egiptólogo de 57 años al que llamaban lord Carnarvon (nacido en 1866 en Mayfair, Londres), procedente de un místico de la época, el conde Hamon. Junto al descubridor de la tumba del faraón Tutankhamon, Howard Carter, fue uno de los impulsores de aquella famosa expedición que dio con el famoso sarcófago del rey niño, un 4 de noviembre de 1922. Por entonces, eran muchas las voces de los nativos de la zona aterrorizados por los malos augurios que iba a traer el hallazgo de esa tumba, creando la leyenda de la maldición faraónica.

El 17 de febrero de 1923, Carnarvon y su equipo se abrieron camino hasta la cámara funeraria del rey niño egipcio. Cuando la encontraron, tanto él como su colega norteamericano Howard Carter encontraron aquellos objetos soñados por cualquier explorador que se precie: oro, piedras y gemas preciosas, más el ataúd de oro macizo que contenía el cuerpo momificado de Tutankamon. La inscripción de aquella tumba, traducida por los expedicionarios, decía: <<La muerte llegará a los que perturben el sueño de los faraones>>.

Dos meses más tarde de encontrar la cámara funeraria y leer aquella inscripción, lord Carnarvon despertó en su habitación del hotel Continental de El Cairo y dijo que se sentía muy mal. Esa misma noche, muere, y es su hijo (quien dormía en la habitación contigua) el que encuentra el cuerpo sin vida del aristócrata. En la capital de Egipto se apagaron todas las luces y se encendieron velas para rezar y homenajear el fallecimiento de uno de los descubridores más famosos de Egipto. Una de las grandes curiosidades y casualidades de este fallecimiento fue que el perro que lord Carnarvon poseía en su casa de campo de Hampshire (Inglaterra) comenzó a aullar con un lastimero aullido que despertó a la familia, y pese a sus esfuerzos por callarlo el perro nunca se calmó, cayó muerto tras quedarse exhausto y sin aliento ante tanto aullido. Por eso siempre se ha dicho que estas fueron las dos primeras víctimas de aquella maldición que parecía predecir esa inscripción.

De todas formas, la muerte de Carnarvon fue atribuida a la infección que le transmitió un mosquito; aquella infección lo debilitó y causó el comienzo de una pulmonía. Pero entonces se hablaba de otra rara casualidad: el mosquito había picado en la mejilla izquierda de lord Carnarvon, y justamente el cuerpo momificado del faraón egipcio tenía una pequeña mancha sobre la mejilla izquierda.

Al poco tiempo se iba a producir otra muerte en el hotel Continental. El arqueólogo norteamericano Arthur Mace, uno de los miembros más destacados de la expedición Carnarvon, entró súbitamente en coma después de quejarse un repentino cansancio que comenzó a notar en su cuerpo; murió antes de que los médicos pudieran diagnosticar el mal que padecía.

Parecía que una plaga asolaba a los egiptólogos de aquel entonces. Un íntimo amigo de lord Carnarvon, George Gould, también murió tras realizar un viaje a Egipto al enterarse de la muerte del aristócrata inglés. Tras visitar la tumba del faraón, Gould sufriría un colapso al día siguiente debido a una fiebre alta. Acabaría muriendo doce horas más tarde. Después de esta muerte vendría la del radiólogo Archibald Reid, quien examinó con rayos X el cuerpo de Tutankamon, y tras ser enviado a su casa en Inglaterra, comenzó a quejarse de agotamiento y perdió la vida al momento. También el secretario personal de Carnarvon, Richard Bethell, fue encontrado muerto en la cama, víctima de un ataque cardíaco. Uno de los primeros invitados oficiales a ver la tumba, el industrial británico Joel Wool, murió poco después convirtiéndose en otra víctima de una misteriosa fiebre.

En el lapso de seis años que duró la excavación de la tumba de Tutankamon fueron doce los arqueólogos presentes en el momento del descubrimiento. Y al cabo de siete años, sólo dos de los miembros del equipo original de excavadores estaban aún con vida. Pero no menos de veintidós personas vinculadas a la expedición murieron de manera prematura; entre ellas lady Carnarvon y el hermanastro del aristócrata arqueólogo como últimas víctimas. Este último de suicidio tras una crisis de locura súbita.

Mientras tanto, parecía que el único y afortunado superviviente era el codirector de la expedición, Howard Carter. Acabaría muriendo de causas naturales en 1939, pero sería el único de los originales de aquella expedición que se mofó de la que ya se había convertido en una legendaria maldición. La ristra de fallecidos no acabó con la desaparición del legendario Carter. En 1966, el gobierno de El Cairo encargó a Mohammed Ibraham, director de Antigüedades de Egipto, que organizara una exposición de los tesoros de Tutankamon en París. En un principio, Ibraham se opuso a esa decisión al tener un sueño premonitorio, según el cual debería enfrentarse personalmente a un peligro de muerte si los tesoros del faraón salían de Egipto. Al salir de aquella última reunión en la que finalmente los funcionarios gubernamentales aprobaron organizar aquella exposición haciendo caso omiso a la advertencia de Ibraham, éste fue atropellado y muerto por un coche.

El único superviviente de la expedición Carnarvon a la tumba faraónica, Richard Adamson (que había sido guardia de seguridad de lord Carnarvon), de 70 años de edad, concedió a la televisión británica una entrevista en la que propuso <<demoler el mito de la maldición egipcia>>. <<No creo y no he creído en ese mito ni por un solo momento>>, dijo a los telespectadores. Cuando abandonó los estudios de televisión, el taxi que lo llevaba chocó; no murió, pero su cuerpo quedó sobre la carretera tras el accidente y un camión que giró para evitar el suceso, estuvo a escasos centímetros de aplastarle la cabeza. Aquella fue la tercera vez que Adamson habló en público para desmentir la leyenda faraónica (y por poco, era la última del todo). En la primera ocasión que mostró su incredulidad, su mujer murió veinticuatro horas más tarde. Y en la segunda, su hijo se fracturó la columna vertebral en un accidente de aviación. Mientras se restablecía de sus heridas craneales tras aquel choque, Adamson confesó <<Hasta ahora me he negado a creer que mis desgracias familiares tuvieron algo que ver con la maldición de los faraones. Pero ya no me siento tan seguro>>.

El temor a la maldición de los faraones volvió a surgir en 1972, mientras la famosa máscara de oro de Tutankamon se embalaba antes de viajar a Londres y destinarla al Museo Británico. El hombre encargado de aquella operación de traslado era el doctor Gamal Mehrez, quien había sustituido al malogrado Mohammed Ibraham en el cargo de director de Antigüedades de Egipto. El doctor Mehrez no creía en la maldición faraónica. Decía: <<Yo, más que ninguna otra persona en el mundo, he estado en contacto con las tumbas y las momias de los faraones; sin embargo, todavía estoy vivo. Soy la prueba viviente de que todas las tragedias vinculadas con los faraones han sido una simple coincidencia. Por el momento, al menos, no creo en la maldición>>. El día que los exportadores llegaron para instalar la carga de la máscara funeraria del faraón en los camiones, el doctor Mehrez estaba en el Museo de El Cairo, organizando los últimos detalles de aquella mudanza. Esa tarde, Mehrez murió con 52 años. Las causas de su muerte fueron atribuidas a un colapso circulatorio.

Pero los organizadores de la exposición con la máscara de Tutankamon como pieza estrella seguía con sus preparativos. El avión destinado a transportarla junto a otras reliquias hacia Gran Bretaña pertenecía al Comando de Transportes de la Real Fuerza Aérea, conocido como el Britannia. En el vuelo no pasó nada, pero a los cinco años seis miembros de la tripulación de la aeronave fueron víctimas del infortunio o fueron visitados por la muerte. Aunque gozaban de un excelente estado de salud, tanto el piloto jefe como el ingeniero de vuelo murieron a los pocos años de sendos ataques cardíacos cuando estaban bien de salud. La esposa de uno de ellos dijo que la causa había sido <<la maldición de Tutankamon>>.

Se dice que durante aquel vuelo, uno de los oficiales llamado Ian Landsdowne, golpeó con el pie, en broma, la caja que contenía la máscara mortuoria de Tutankamon. Comentó, riendo: <<Acabo de patear el objeto más caro del mundo>>. Pues bien, aquella broma le costaría tener la pierna escayolada durante cinco meses al sufrir varias fracturas cuando al subir una escalera ésta se derrumbó inexplicablemente bajo su peso. Otro oficial perdió todas sus pertenencias cuando su casa resultó destruida por un incendio; otro joven que viajó a bordo del Britannia tuvo que abandonar el cuerpo de las fuerzas aéreas británicas tras sufrir una grave operación; el sargento Brian Rounsfall, quien actuó como camarero en el Britannia reveló: <<… en el vuelo e regreso a Londres jugamos a las cartas utilizando el ataúd como mesa. Por turnos, nos sentábamos sobre la caja que contenía la máscara mortuoria, riendo y bromeando acerca de ella. No fuimos irrespetuosos: sólo nos divertimos un poco>>. En los cuatro años siguientes, Rounfall sufrió dos ataques de corazón sin tener todavía los cuarenta años cumplidos.

El periodista Phillip Vandenburg estudió, durante años, la leyenda de la maldición de los faraones y aportó dos sugerencias interesantes. En su libro The Curse of the Pharaohs (‘La maldición de los faraones’) demostró que las tumbas, dentro de las pirámides, eran ambientes propicios para la supervivencia de bacterias; a lo largo de los siglos, dijo el autor, éstas podrían haber desarrollado nuevas y desconocidas especies cuyo poder se hubiese mantenido hasta aquel entonces. Y la siguiente sugerencia que señaló Vandenburg fue la de que los egipcios eran expertos en el uso de venenos; y como ya se sabía entonces del uso de ciertas drogas que no necesitaban ser ingeridas para matar, los egipcios podrían haber mezclado sustancias venenosas con la pintura en las paredes inferiores de las tumbas, que luego fueron selladas y convertidas en reductos herméticos. Por eso se dice que los ladrones de tumbas practicaban un pequeño orificio en la pared de la cámara, a fin de que el aire fresco circulase, antes de atreverse a forzar la entrada y contaminarse con los gases de aquellas bacterias o sustancias milenarias.

Pero la explicación más extraordinaria acerca de la maldición de los faraones la dio el profesor Louis Bulgarini en el año 1949 cuando dijo: <<Es definitivamente posible que los antiguos egipcios hayan usado radiaciones atómicas para proteger sus lugares sagrados. Los suelos de las tumbas podrían haber sido cubiertos con uranio. O los sepulcros pueden haber sido rematados con rocas radiactivas; porque en Egipto, hace 3 mil años, se extraían rocas con alto contenido de oro y uranio>>.

Pero recuerden… que en 1949 todavía estaba muy presente el miedo nuclear tras los lanzamientos años antes de las dos bombas atómicas.

 

La máscara de Tutankamon. // Fuente: Libro Grandes Enigmas, Nigel Blundell

Lord Carnarvon y Howard Carter en el lugar de la excavación. // Fuente: Libro Grandes Enigmas, Nigel Blundell

Una carga fatal

En 1912, un transatlántico surcaba el Atlántico con una valiosa carga: una momia egipcia. Se trataba del cuerpo de una profetisa que vivió durante el reinado del suegro de Tutankamon, Amenofis IV. En la momia se encontró una joya que llevaba grabado este presagio: <<Despierta el sueño en que estás sumida y triunfarás sobre todo lo que se haya hecho en tu contra>>.

Debido a su enorme valor, la momia no fue transportada en la bodega del barco, sino en un compartimento especial situado detrás del puente de mando, donde trabajaba el capitán. El nombre de este marino era Ernest Smith, comodoro de la flota White Star. Y, en parte al menos, las decisiones erradas de Smith hicieron que el transatlático que comandaba chocase contra el iceberg y se hundiera, con una pérdida de más de mil quinientas vidas.

Aquella momia que se hundió junto al barco se llamaba Nafterut, y el transatlántico se llamaba Titanic.

Fuente: Libro Grandes Enigmas, Nigel Blundell


 

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