LA ESTELA DE CAÍN: EL ASESINO DE LA BALLESTA

¿Qué puede llevarle a un adolescente de veintiún años a acabar con la vida de su padre? Es el punto de partida de esta historia, la de un muchacho catalán de apariencia inofensiva pero con un tipo de trastorno mental.




El protagonista, Andrés Rabanal Escobar, nació en Premià de Mar, Barcelona, en 1973. Era el pequeño de tres hermanos. Vivía solo con su padre en Sant Genís de Palafolls. La familia recibió un duro golpe en 1982 cuando la madre, Matilde, se suicidó colgándose de la lámpara de su habitación. Aquello provocó una conmoción enorme en la familia: los hermanos mayores abandonaron el hogar y Andrés, según cuentan, pasaba mucho tiempo solo, con sus preocupaciones y sus silencios. El padre, Matías Rabanal, albañil de profesión, lo llevaba con él al trabajo en muchas ocasiones, algo que a Andrés no le gustaba nada. Su relación, por lo general, no era nada buena. Surgían roces a menudo.
Pero lo que nadie podía llegar a predecir es lo que aconteció aquel 6 de febrero de 1994. Padre e hijo se enzarzaron en una discusión sin importancia. Cuando el padre se dirigía a la cocina para buscar dos vasos de leche, el hijo aprovechó para ir a buscar una ballesta, un arma medieval que se había regalado a sí mismo hacía poco tiempo. Según contó en su declaración, Andrés disparó la primera flecha sin saber muy bien lo que hacía. Ésta impactó en la cabeza de su padre, provocándole una herida mortal. Tras ver lo que había hecho, Andrés dispara dos flechas más para acabar la agonía. En su declaración, afirmó que fueron unas voces las que le ordenaron matar a su padre. Algo muy típico: locos que oyen voces y criminales a los que les ordenan matar pero ¿tan fácil es cargar una ballesta? En absoluto para un profano en estas lides por lo que requiere habilidad y entrenamiento, y Andrés habría tenido que ensayar previamente.

Después, siguiendo lo que dijo posteriormente Andrés, le quitó una de las flechas a su padre para que pudiera reposar su cabeza en una postura más natural sobre una almohada, y le dio un abrazo. Estuvo así quince minutos hasta que falleció. Andrés cogió entonces su moto y se fue en busca de un guardia. Se entregó a la policía. La Guardia Civil se personó en la casa y halló el macabro hallazgo.
La justicia lo consideró inimputable. El diagnóstico fue “esquizofrenia delirante paranoide” pero se le condenó a veinte años de internamiento psiquiátrico por el asesinato de su padre. El que pasó a ser conocido como el “asesino de la ballesta”, además de parricida, resultó ser también el autor de tres sabotajes a la vía del tren de la línea de cercanías del Maresme. Sabotajes que, solo de milagro, no causaron ninguna víctima y para los cuales, hasta la confesión de Andrés, no se había encontrado culpable. Los investigadores consideraron que aquellos atentados contra Renfe tenían aspecto de sabotaje profesional, no cuadraba que hubiese sido realizado por un chico joven y, menos aún, de un desequilibrado mental.

La condena subió, por lo tanto, al incluirse este agravante. Aunque no estaba considerado un auténtico preso y no podía acceder plenamente al régimen penitenciario, sí acabó encerrado en prisión. Andrés trató de escaparse hasta en tres ocasiones y su pena se fue alargando. Su periplo carcelario le llegó a tres prisiones catalanas: la Modelo, Can Brians y Quatre Camins.
Entre rejas, Andrés descubrió su vena artística y escribió un libro titulado Historias desde la cárcel, en el que contaba su experiencia como interno y sus relaciones con otros presos desde el módulo psiquiátrico. Habló más extensamente de su crimen en un cómic, titulado Las dos vidas de Andrés Rabadán. Sin embargo, lo que tuvo más trascendencia en la opinión publica fueron una serie de inquietantes dibujos a bolígrafo que expuso fuera de la cárcel, a través de los cuales daba rienda suelta a sus demonios y pesadillas. En uno de ellos, quizá el más icónico, muestra a un adolescente que implora ante una espectral figura paterna. Lo tituló El perdón. Toda una declaración de intenciones.

La atrocidad cometida por Andrés Rabadán tuvo también su visión en el séptimo arte. El cineasta Ventura Durall, tras haber visto una de las exposiciones de Rabadán en un restaurante de la ciudad condal, se interesó por él y realizó dos filmes sobre su figura. El primero, un documental titulado El perdón, como el dibujo, y después una película, titulada como el cómic: Las dos vidas de Andrés Rabadán. Ambas cintas trataban de dar una imagen lo más positiva posible del parricida e incluso el interesado efectuaba declaraciones exculpatorias. En el documental aparece su hermana María del Carmen que llega a afirmar que su padre llegó a abusar de ella, confesión que no se recogió en el juicio, lo que se interpretó casi como un intento de sacar así a su hermano de la cárcel. María del Carmen, en ese documental, evoca el impacto del suicidio de su madre, llegando a detestarse por no haber sido capaz de ver lo que le pasaba a su hermano Andrés, el trastorno que padecía.
Durante esos diecisiete años que pasa en prisión, Andrés se casó, en 2003, con una voluntaria auxiliar de enfermería. La chica se dispuso a aguardar la salida de Andrés en prisión pero la pareja, finalmente, se separó. Podemos imaginarnos que los matrimonios, cuando uno está dentro y la otra fuera de la cárcel, no suele ir muy bien, los afectos se pudren…

En 2011 Andrés comienza a salir con permisos pautados y un año después fue puesto en libertad. Aunque su matrimonio había fracasado, sus hermanos, según dicen, le han acogido como su verdadera familia.

Éste es el ataque con esta arma -la ballesta- más recordado pero, por desgracia, no el único:
En abril del pasado año, en un instituto de Barcelona, un menor acabó con la vida de un profesor y dejó heridas a otras cuatro personas. El arma empleada, una ballesta.

Otro caso en el que se empleó la ballesta ocurrió el 30 de octubre de 1992, cuando un menor, de 16 años, disfrazado de guerrero ninja, atacó a una pareja de novios en una zona de pinares en La Zubia (Granada). Causó graves heridas con un disparo de ballesta al varón y heridas diversas a la mujer con un puñal y una katana.

El 5 de abril de 1993, Alain J. W. Vercruysse, propietario de un barco belga atracado en el muelle deportivo de Las Palmas de Gran Canaria, fue hallado muerto sobre la cubierta, de un tiro de ballesta directamente al corazón.

El último de los casos que reseñamos, en el que se empleó la ballesta, tuvo lugar el 7 de junio de 2009. Un perturbado de nacionalidad alemana intentó agredir con una ballesta a la joven actriz gallega Sara Casasnovas, con la que estaba obsesionado desde hacía año y medio, a la salida del teatro Reina Victoria de Madrid en el que ella representaba la obra La noche de la iguana. Casasnovas pudo apartar la cara a tiempo y la flecha se clavó en la chaqueta de un hombre de 69 años, trabajador del teatro, mientras los amigos de la actriz redujeron al agresor.
 

0 comentarios:

Publicar un comentario