LA ESTELA DE CAÍN: EL CRIMEN DE LA CALLE FUENCARRAL

Madrid, julio de 1888. Es el punto de partida para este famoso hecho de la crónica negra que suscitó tanto interés en la época y apasionó muchísimo a la opinión pública española del momento. Además, fue un crimen “de las primeras veces”: fue la primera vez que un grupo de directores de periódicos se lanzaron a ejercer la acusación desde sus páginas; fue la primera vez que un movimiento ciudadano revolucionario reclamó justicia desde las calles; fue la primera vez que un presidente del Tribunal Supremo se vio obligado a dimitir por un escándalo judicial; fue la primera vez que se imputó al director de una prisión, la Modelo de Madrid, por dejar salir presos de forma ilegal y, además, fue la primera vez que Pío Baroja y Emilia Pardo Bazán coincidieron en una ceremonia de garrote vil, la última pública que se hizo en España.



Hoy la calle Fuencarral es una arteria comercial muy concurrida del centro de Madrid, que une Gran Vía con la glorieta de Quevedo. En el piso segundo izquierdo del número 109 tuvo lugar un crimen que conmocionó a la sociedad española del momento. Curiosamente, la calle carece en la actualidad de un portal con el número 109, ya que salta del portal 107 al 111.

Los hechos ocurrieron el 1 de julio de 1888. Luciana Borcino, de cincuenta años y natural de Vigo, la rica viuda de Vázquez Varela (dueña de un patrimonio que le rentaba 50.000 duros al año, una cifra mareante en aquella época), es encontrada muerta en su domicilio. La alarma saltó a las tres de la madrugada. Se habían escuchado gritos desesperados de mujer en un piso del que también salía humo por la ventana.

Tras derribar la puerta, se encuentran con el cuerpo sin vida y medio calcinado de doña Luciana, boca arriba en su cama y cubierta en trapos mojados en petróleo que previamente habían sido quemados en la habitación cerrada. En la cocina encontraron a otra mujer en el suelo. A primera vista parecía también muerta pero pronto se descubrió que solo estaba desmayada. Junto a ella, el perro de la casa, un bulldog, yacía medio inconsciente, tal vez narcotizado. Esa mujer era Higinia Balaguer Ostalé, la criada. La policía se la lleva a sus dependencias. Los vecinos andaban por la escalera revolucionados y arremolinándose en el descansillo junto a la escalera. Había corros en la calle. Algunos sostenían que esto se veía venir: doña Luciana vivía sola y rodeada de cosas de valor, todo un imán para delincuentes. Pero había otros que ya apuntaba a su propio hijo.

La autopsia realizada al cadáver de doña Luciana indicaba que su muerte había sido anterior al fuego, en otro sitio distinto a donde fue hallada y provocada por un instrumento incisivo-punzante. La hipótesis de que hubiese sido la criada empezaba a flaquear pues era difícil de creer que la criada, sola, hubiese asesinado a su señora (que era corpulenta), la hubiera cambiado de lugar, quemado el cadáver, narcotizado al perro... Por tanto, pocos creían en la calle que la criada hubiese matado ella sola a doña Luciana.

En la primera declaración Higinia acusa al hijo de la víctima: José Vázquez-Varela, conocido con el sobrenombre de “El Pollo Varela” o Varelita. José Vázquez-Varela es un personaje sospechoso, de vida desordenada y bohemia, un individuo sin oficio ni beneficio, que frecuentaba malas compañías. Tenía fama de juerguista y holgazán e incluso ya había agredido a su propia madre, quien llegó a exculpar a su hijo ante la justicia. Los vecinos daban cuenta de sus rifirrafes con su madre por la negativa de doña Luciana a darle dinero. La señora, al parecer, desconfiaba de todo el mundo, escondía el dinero en lugares secretos, incluso se sabía que llevaba fajos de billetes entre sus abultados senos. Solía también prepararse la comida ella, temerosa de que alguien quisiese asesinarla.

Sin embargo, la hipótesis de su hijo como principal sospechoso tenía un firme argumento en contra: en el momento de los hechos, Varelita estaba ingresado en la Cárcel Modelo por el hurto de una capa.

La prensa, con periódicos como El Liberal, se volcó en este caso, en el que participaba una familia rica, compuesta por una madre viuda y su hijo pendenciero, por un lado, y una criada, por el otro. El asunto abarcaba a diferentes clases sociales y llegó a estar muy mediatizado, con posiciones enfrentadas. Se hizo eco del caso, entre otros, el insigne escritor y periodista canario Benito Pérez Galdós.

Parecía que el escenario estaba listo y las cartas repartidas cuando salió a la luz un importante hecho. Higinia había vivido con un hombre en una taberna frente a la cárcel donde se encontraba recluido el señorito. Además, se dijo que Vázquez-Varela le había ofrecido un puesto de trabajo como criada de Millán Astray, director de la prisión y padre de José Millán Astray, fundador de la Legión. Higinia ganaba cada vez más puntos para ser la culpable pero Pollo Varela no se quedaba atrás. Se descubrió que salía y entraba a voluntad de la prisión gracias a su amistad con el director de la cárcel, por lo que perfectamente pudo cometer el crimen.

Las pistas seguían siendo dudosas. Por un lado, la autopsia determinó que había sido una persona de indudable fuerza la que había apuñalado a la viuda, cosa que ponía en duda la teoría de Higinia como asesina. Además, la criada no cesaba de repetir, en una de las primeras versiones que dio al juez, que el culpable fue un hombre misterioso que había entrado en la casa. Pero el bulldog de la viuda era muy agresivo y no hubiese dejado que se le acercara cualquier extraño. Todo seguía apuntando a unos de los dos sospechosos

Higinia Balaguer varió su versión, que no sería ni de lejos la definitiva, pues hasta en veinte ocasiones hubo de cambiarla. Confesó poco después que ella había sido la asesina tras una trifulca con su señora y había robado sus alhajas para simular un asesinato. Estas junto con una cantidad de dinero habían ido a parar a casa de su amiga Dolores Ávila, de la que también dudaba la policía.

Una vez más la criada cambió su versión. En esta ocasión habían sido el señorito Varela y Millán Astray los artífices del diabólico plan que llevó a la viuda a la muerte. El hijo fue a reclamarle dinero, como en tantas ocasiones, y al negárselo ésta, habría entrado en cólera apuñalándola. Higinia recibió de todo aquello una pequeña cantidad para guardar silencio. Compungida, la criada confesó que mintió por petición de Millán Astray. Por este motivo, el propio director de la prisión acabó tras los barrotes.

Nicolás Salmerón, que años antes había sido el tercer presidente de la I República, se personó como defensa de Higinia. Dijo compadecerse del complot que habían urdido a su alrededor. Las buenas gentes de Madrid estaban cada vez más enloquecidas. Salían a la calle en defensa de Higinia, cansados de los tejemanejes de la alta burguesía, cansados de los “pollo varela” del mundo. Era casi una guerra de los higinistas contra los varelistas. El pueblo llano frente a la burguesía. ¿Quién habría de acabar con quién?

Llegó el juicio. Higinia Balaguer dejó patidifuso a todo el juzgado al cambiar una última vez su versión. Ella misma, con ayuda de su amiga Dolores, fueron las únicas asesinas de la viuda de Vázquez-Varela. No fueron suficientes las declaraciones de un funcionario de prisiones que confesó algo sorprendente. La noche del asesinato, el Pollo Varela había estado fuera de la prisión. En pleno estado de embriaguez confesó al funcionario que acababa de matar a su madre. Pero el argumento no tuvo poder de convicción. Tampoco los sucesos incongruentes como una camisa manchada o la fuerza con que se apuñaló a doña Luciana. Con la auto-inculpación de la criada poco más se podía hacer.

Pollo Varela y Millán Astray son absueltos. Cárcel para Dolores. Pena de muerte para Higinia. Durante el proceso, además, fueron imputadas doce personas, entre ellas, dos peces gordos. No sólo el director del penal, Millán Astray, sino también Eugenio Montero Ríos, presidente del Tribunal Supremo, que se vio obligado a dimitir por proteger a Millán Astray.

Higinia es ejecutada en el garrote vil el sábado 19 de junio de 1890 a la edad de 28 años. Cerca de veinte mil personas asisten al acto. En los momentos previos a su muerte, Higinia gritó “¡Dolores, catorce mil duros!”, frase cuya interpretación nunca ha sido resuelta. Hay quien sostiene que la sentencia fue, en realidad, fruto más bien de cierto rencor social burgués contra una sirvienta que de una verdadera voluntad de esclarecer los hechos, y que Varela se libró de responder por sus acciones.

Una de las principales consecuencias de este sonoro crimen fue el inicio de la prensa sensacionalista en nuestro país y del principio del morbo. Gran parte de las cabeceras españolas se peleaban por conseguir exclusivas y, por tanto, lectores. Llegaron a ganar mucho dinero con este caso. Intervenían en las investigaciones y, por supuesto, obviaban la presunción de inocencia y se posicionaban claramente a favor de Higinia o del Pollo Varela. Fue el comienzo también de la sección de sucesos, que hasta entonces jamás había tenido un lugar fijo en los periódicos.
 

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