Uno de los mayores
terrores que han acechado la mente de niñas y niños durante años ha sido la
figura del sacamantecas. De hecho, se utilizaba como argumento para asustar a
los infantes y para obligarles a que regresasen a casa a una hora temprana. Se
les decía, a modo de advertencia, que tuviesen cuidado con los extraños. El
sacamantecas, ese personaje popular del folclore hispánico, que forma parte de
esos temores ancestrales cuyos orígenes se remontan a la Edad Media, es similar
al denominado “hombre del saco” y al “coco”. La mitología del terror los suele representar
en el imaginario popular como un hombre que mata, principalmente a mujeres y a niños,
para extraerles las mantecas (grasa corporal), generalmente para hacer
ungüentos curativos o jabones. Se llegaba a pensar que la grasa corporal, sobre
todo la de personas jóvenes y sanas, tenía propiedades curativas. Y había
personas capaces de comprar y de usar dichos ungüentos y jabones. Poco a poco,
y a partir de ahí se comenzó a construir la leyenda del personaje, generalmente
un vendedor ambulante, que asesina a niños o mujeres para obtenerla. Y en ello
muy posiblemente tuvo mucho que ver la figura del conocido como “hombre lobo de
Allariz”, en la Galicia de mediados del siglo XIX.
La historia de Manuel
Blanco Romasanta, que fue acusado de asesinar a un total de trece personas y
que usaba la grasa corporal de ellas para hacer jabones, y que se defendió
diciendo ser un hombre-lobo, es única y, sin duda, sirvió para mantener esas
leyendas en torno a los sacamantecas y también a los supuestos “hombres-lobo”.
Romasanta nació un 18
de noviembre de 1809 en la localidad de Regueiro, concello orensano de
Esgos. Por motivos que se desconocen, fue bautizado como Manuela, en femenino,
aunque hay investigadores que apuntan a que la partida de nacimiento y otros
documentos pudieron ser modificados a posteriori. A los veintiún años, en 1831,
se casa con una vecina de Soutelo llamada Francisca Gómez. Tres años después,
ella muere por motivos que se desconocen. No tienen hijos. A partir de
entonces, Romasanta, que era sastre, se transforma en tendero o buhonero y
comienza a vagabundear por la provincia de Ourense. De él se sabe que se
mostraba religioso y que tenía extrañas habilidades con cosas de mujeres
(hilaba, cardaba lana, hacía calceta), que pasaba mucho tiempo en las cocinas y
que hacía gala de un cierto amaneramiento. Cuando fue acusado de haber dado
muerte a nueve personas, que él elevaría a trece, para vender su grasa a
boticarios de Portugal, se hablaría mucho de cómo él era visto: de sus formas
suaves, de su conversación fluida y de sus modales serviciales.
Como buhonero,
Romasanta solía viajar hasta Ponferrada, donde se proveía de mercancías.
Después seguía la ruta del norte hasta Santander y, a continuación, se metía en
Portugal, de donde traía buenos paños, muy apreciados en el lado español. La
leyenda dice que aquellos trapos eran el disfraz donde escondía la grasa o el
unto de sus víctimas.
Un misterioso incidente
en el que murió el alguacil de León cambiaría las costumbres de Romasanta, que
es acusado de su muerte y condenado a pena de cárcel. Esto le obliga a huir a
Galicia y a esconderse allí para evitar el cumplimiento de la pena. Corría el
año 1843 y Romasanta tenía treinta y cuatro años.
Se instala en el pueblo
orensano de Rebordechao, donde se dedica a la venta ambulante. Nadie sabe allí
que es un fugitivo de la justicia. Él se muestra amable con todo el mundo y se
dedicará a ganarse el favor y la confianza de sus convecinos antes de
reemprender su etapa más sangrienta.
Durante años eludió a
la justicia y cometió nueve asesinatos. Sus víctimas eran siempre mujeres o
niños. Tras los últimos asesinatos, cada vez más comentados, planeó su huida, y
llegó a salir de Galicia con un pasaporte falso. Se creía a salvo en un pueblo
de la provincia de Toledo, Nombela, pero allí tres paisanos lo reconocieron
como vendedor ambulante pero también como sospechoso de hacer desaparecer a
viajeros. Hay que tener en cuenta que, con el tiempo, los lugareños en Galicia empezaron
a conocerlo como vendedor de un ungüento, que se rumoreaba que estaba compuesto
por grasa humana, por lo que su fama se extendió rápidamente por toda Galicia.
Lo más sorprendente de
todo fue lo que Romasanta declaró en los juzgados de Allariz, en Ourense, donde
había sido trasladado para que diera pistas del paradero de las nueve personas
desaparecidas. Durante sus declaraciones, Romasanta dejó de negar los hechos y
sorprendió a todos manifestándose como un hombre lobo. Afirmó que cazaba en
jauría con otros y que todo se debía a una maldición o fada (maga o hechicera).
Se declaró ser víctima de un sortilegio de una bruja que, según él, le hacía
transformase en lobo durante las noches de luna llena. Y que, convertido en
lobo, había matado a trece personas por instinto, usando sus patas y dientes
para acabar con sus vidas, y se había comida los restos en compañía de otros.
Éste es un fragmento de
su declaración durante el juicio:
“La primera vez que me
transformé fue en la montaña de Couso. Me encontré con dos lobos grandes con
aspecto feroz. De pronto, me caí al suelo, comencé a sentir convulsiones, me
revolqué tres veces sin control y a los pocos segundos yo mismo era un lobo.
Estuve cinco días merodeando con los otros dos, hasta que volví a recuperar mi
cuerpo. El que usted ve ahora, señor juez. Los otros dos lobos venían conmigo,
que yo creía que también eran lobos, se cambiaron a forma humana. Eran dos
valencianos. Uno se llamaba Antonio y el otro don Genaro. Y también sufrían una
maldición como la mía. Durante mucho tiempo salí como lobo con Antonio y don
Genaro. Atacamos y nos comimos a varias personas porque teníamos hambre”.
Manuel Blanco
Romasanta, CAUSA Nº 1778: CAUSA CONTRA HOMBRE LOBO, JUZGADOS DE ALLARIZ
(ORENSE).
Romasanta está considerado como un caso especial de enfermedad lobuna//blogs la rioja.com |
El juicio, conocido
como la “causa contra el hombre lobo”, duró aproximadamente un año. La
sentencia llegó el 6 de abril de 1853. Romasanta fue condenado a morir en
garrote vil. El tribunal precisó que los homicidios se habían cometido contra
los que había sacado “engañosamente de sus pueblos, y se creía había
asesinado para comerciar con el unto de sus cuerpos, vendiéndolo en Portugal
con otras cosas”.
La sentencia no era
definitiva, había que esperar a lo que dictase la Audiencia Provincial de La
Coruña. Y es en ese momento cuando aparece un personaje: un profesor e hipnólogo
francés que llegó a enviar una carta al ministro de Gracia y Justicia en la que
expresaba sus dudas acerca de si Romasanta padecía o no licantropía. El
presunto sabio francés, que asegura haber seguido el caso, afirma que ha curado
a otros pacientes con la hipnosis y pide que, antes de ejecutarlo, le dejaran
hipnotizarlo. La reina Isabel II, informada de los deseos del profesor e
interesada por el caso, emitió una orden, con fecha 24 de julio de 1853, en la
que se dice que, en caso de ser Romasanta condenado a pena capital, se
suspendiera la ejecución y se la informase de las investigaciones científicas.
Aquella disposición real permitiría a la defensa de Romasanta solicitar el
indulto de la reina, que finalmente conmutó la pena de muerte por la de cadena
perpetua.
Sobre cómo y cuándo
murió Romasanta se han planteado muchas hipótesis y circulan leyendas, desde
que murió en 1854, en la prisión de Allariz, donde cumplía su condena, hasta
que falleció en una cárcel de Ceuta, de un cáncer de estómago, en 1863. Lo que
está claro es que el caso de Romasanta tuvo un gran impacto en su época. Una de
las grandes escritoras del momento, y también gallega como Romasanta, Emilia
Pardo Bazán, que siempre tuvo una especial inquietud y fascinación por los
crímenes, escribió un artículo en 1890 en ‘La España Moderna’, titulado
‘Un destripador de antaño’, en el que recrea la motivación y la forma de
operar de los llamados “sacamantecas”. Según dicen, la condesa de Pardo Bazán
se inspiró en la historia criminal de Manuel Blanco Romasanta.
La presencia de
Romasanta en la cultura popular pervive y sobre la historia de este supuesto
hombre lobo se han escrito libros y se han hecho dos películas, la última de
las cuales es ‘Romasanta. La caza de la bestia’, dirigida en 2004 por Paco
Plaza y protagonizada por Julian Sands y Elsa Pataky.
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