Hay individuos cuya
conducta es abominable en su mayor grado. Y uno de ellos es el protagonista de
esta espantosa historia que tuvo lugar en Colombia, un país de por sí ya
marcado, para su desgracia, por la guerra y la violencia durante las últimas
décadas. Pues bien, la patria del insigne escritor Gabriel García Márquez lo es
también de uno de los seres más crueles y sanguinarios que se recuerden. Luis
Alfredo Garavito, asesino y pederasta, se cree que violó, torturó y asesinó a
más de cien chicos (algunas investigaciones elevan la cifra hasta los 192), de
entre seis y dieciséis años. Los asesinatos tuvieron lugar entre los años 1992
y 1999 pero se tienen indicios de que Garavito ya violaba a chicos desde mucho
antes.
Vayamos por parte,
conociendo qué se esconde detrás de semejante monstruo. Luis Alfredo Garavito
nació el 25 de enero de 1957 en Génova, departamento de Quindío, Colombia, en
el seno de una familia problemática y desestructurada, como suele suceder en
muchos de estos psicópatas. Es el mayor de siete hijos de una pareja en la que
el padre es un violento alcohólico y mujeriego y la madre, una mujer distante y
poco afectuosa.
Garavito y su familia
tuvieron que irse a vivir a otro lugar debido al azote del conflicto interno en
su país, marcado por la acción de la guerrilla, el ejército y los
paramilitares. Se instalaron en Ceilán, en el norte del departamento del Valle.
Allí, Garavito, un mal estudiante que sufría de miedo escénico al salir al
encerado, comenzó a mostrar signos de su carácter violento y timidez: en el
colegio se burlaban de él por llevar gafas, según dicen, y le llamaban Garabato
(por su apellido).
Además de los problemas
en el colegio, el joven Luis Alfredo también tenía que enfrentarse a los
problemas en su casa, donde su padre y su madre se pasaban el día discutiendo y
él la golpeaba con frecuencia. En una de esas palizas, estando la madre
embarazada, el padre la dejó coja. No sólo la madre sufría la violencia del
padre, el propio Garavito, según contó, sufría el acoso del progenitor. Por las
noches, según afirmaba, su padre no dormía con su madre sino con él. Pese a que
no recuerda haber sufrido abusos por parte de su padre, sí que en alguna
ocasión le tocaba los genitales y siempre era él el encargado de bañarlo.
Lo peor vino después,
cuando un amigo del padre, dueño de una droguería del pueblo, empezó a abusar
sexualmente de él. Ese hombre torturó y violó a Garavito cuando apenas tenía
doce años; lo ultrajó golpeándolo y mordiéndole el pene y las nalgas,
quemándolo con una vela, amarrándolo a una cama y obligándolo a hacer cosas tan
infames que ni el mismo Garavito quiso confesar años después. Durante dos años
su agresor iba a buscarlo en mitad de la noche y se lo llevaba a lugares
apartados para abusar de él.
La familia decide trasladarse
a Trujillo y consigue librarse de ese pederasta pero aparece otro en escena,
otro amigo de su padre, esta vez el farmacéutico, que adquirió una rutina
similar de abusos con el adolescente Garavito.
Luis Alfredo temblaba
de miedo ante la posibilidad de que, si lo contaba, su padre no le creyera a él
sino a sus amigos. El daño ya estaba hecho y aquellos terribles episodios
hicieron mella en la construcción de su sexualidad. Garavito empezó a sentir
atracción hacia personas de su mismo sexo y, sobre todo, hacia los más
pequeños. Llegó a confesar que aunque nunca violó a ninguno de sus hermanos sí
que en alguna ocasión los había desnudado para acariciarlos.
Durante ese tiempo
Garavito intentó abusar de un niño junto a la estación de ferrocarril pero cuando
empezó a tocarlo el pequeño se puso a chillar y los guardias detuvieron al
agresor. Tras dejarlo en libertad, su padre le reprendió el que eso no lo
hubiera intentado con una mujer. Después de este episodio Garavito fue
expulsado del hogar familiar por su padre.
Garavito se gana
entonces la vida trabajando en el campo y comienza a granjearse el cariño de
sus compañeros y a distanciarse de sus hermanos. Empieza a beber y, cuando se
emborracha, manifiesta deseos de matar a su padre, algo que jamás hará. Se
vislumbra una cierta normalidad en la vida de este individuo: frecuenta la
iglesia, hizo amigas e incluso mantuvo una relación platónica con una de ellas.
Llegó a decir incluso que tenía un hijo con ella, algo falso (no tuvo
descendencia). En esa fantasía se aprecia un deseo de llevar una existencia
parecida a la de otros jóvenes pero en su interior hay alma muy atormentada.
Poco después, se fue a
la ciudad de Armenia (también en Colombia), donde consiguió empleo como
panadero y empieza a asistir a reuniones de Alcohólicos Anónimos para poner a
raya su adicción. La cosa no funciona y es entonces, cuando finaliza su rutina
después del trabajo, cuando acude con fervor a la iglesia, a continuación va a
Alcohólicos Anónimos y, tras tomarse unas cuantas cervezas en un bar, se dirige
a un parque por la noche para buscar algún niño que esté prostituyéndose a esas
horas. Su estabilidad mental está rota y tras una pelea que le cuesta su empleo
va a la consulta del psiquiatra del seguro médico. Le contó al psiquiatra que
había pensado en suicidarse porque su vida “no valía nada”, pero no le habló sobre
su poca atracción hacia las mujeres ni sobre su afición por los menores. El
tratamiento que se le dio fue el demasiado general que se correspondía con el
cuadro de “depresión reactiva”.
Poco después alcanza
cierta estabilidad: encuentra empleo en un supermercado, donde conoce a
Claudia, madre de dos hijos (niño y niña), a los que el futuro asesino siempre
respetó. La imposibilidad de poder consumar su relación con Claudia le genera
frustración y le acaba impulsando a abusar de menores.
Sin embargo, el monstruo
interior de Garavito estalló y comenzó a sentir un “impulso” interior, para él,
según decía, irrefrenable. Él mismo situó el inicio de esos impulsos en octubre
de 1980. Aprovecha la pausa de dos horas para la comida en el supermercado para
ir al vecino pueblo de Quimbaya. Allí buscaba a menores, a los que acariciaba,
ataba, quitaba la ropa y violaba. Hacia principios de 1981 ya no le basta con
violarlos. Es entonces cuando, en su traslado a Sevilla, comienza a utilizar
con ellos cuchillas de afeitar, velas y mecheros para torturar a sus víctimas.
También empieza a morder los pezones de los menores, algo que se convertirá en
costumbre.
La desfigurada psiquis
de Garavito hace que asocie el dolor ajeno y el placer propio, algo que llega a
atormentarle. En efecto, Garavito descubrió que la intensidad de sus orgasmos
aumentaba cuando aumentaba la violencia que ejercía sobre sus víctimas, debido
a lo cual empezó a torturar a sus pequeñas víctimas. Se despierta en plena
noche a causa de esas pesadillas en las que rememora sus crímenes y empieza a
buscar consuelo en la Biblia para expiar sus pecados. Hay en su interior dos
individuos: el que disfruta con sus actos y el que los detesta. De hecho, esa
doble personalidad se manifiesta en dos libretas: en una apunta los versículos
de los Evangelios que le ayudan en sus crisis y en otra las fechas de sus
ataques y los nombres de sus víctimas.
No sólo la obtención de
placer le llevaba a actuar así, también su deseo de venganza. Y ahí radica
quizás su clara admiración hacia Hitler: se identifica con él pues a pesar de
haber sido humillado, alcanza el poder y se hace respetar. Garavito afirma querer
parecerse a él, ser importante, aparecer en televisión y tener la posibilidad
de vengarse de mucha gente. Incluso afirma haber leído la biografía de Hitler
pero se cree que esas manifestaciones, casi delirios, surgen de sus propios
demonios.
Con veintisiete años,
ingresó en una clínica psiquiátrica, en enero de 1984. Allí estuvo treinta y
tres días, hasta que los doctores creyeron que se había recuperado y le
autorizaron a asistir a sus reuniones de Alcohólicos Anónimos. Un gran error.
No estaba nada recuperado y justo al salir volvió a las andadas. Al salir del
centro fue hasta Pereira y atrapó a dos menores, los metió en un cafetal, los
ató, les quitó la ropa, los violó, los mordió, los quemó y los dejó
abandonados. Los menores consiguieron sobrevivir y fueron capaces de reconocer
a su agresor pero Garavito consigue escapar.
Hasta 1992 Garavito
repitió el mismo patrón de comportamiento: entra y sale de centros
psiquiátricos sin levantar sospechas. Se calcula que llega a violar a un menor
al mes. Su táctica: logra convencer a los niños para que lo sigan a lugares
apartados con la excusa de que tiene unos carneritos y de que les pagará dinero
por cuidárselos. Siempre, eso sí, tiene la precaución de ir a zonas boscosas y
con pasto alto para no ser descubierto.
Es en 1992 cuando
comete su primer asesinato. Fue en Jamundi. Garavito estaba bebiendo en un bar
y vio pasar a un niño llamado Juan Carlos. Pagó la cuenta y fue tras él. Por el
camino compró cuerda, licor y un cuchillo. Convenció al menor para que lo
acompañara y en un lugar apartado, de noche, actuó. Sintió, según confesó, un
odio creciente en su interior y un deseo irrefrenable de acabar con su vida.
Huyendo de su propio
espanto, emprende un viaje a Trujillo para refugiarse con su hermana Esther, la
única con la que tenía trato. De camino hacía allí, vuelve a sentir el deseo de
matar y se cobra su segunda víctima en iguales circunstancias. Ya no hay vuelta
atrás.
Su degeneración avanza
y en 1993 va más allá en sus suplicios y no le basta con violar y matar a
niños; comienzan las amputaciones y otras formas de torturas, por ejemplo, les
abre el vientre estando aún vivos. Esto sucedió ya en Bogotá, donde hallan
cadáveres con un enorme tajo en canal en su abdomen. Garavito se obsesiona con
la película ‘El silencio de los corderos’, que no para de ver, y empieza
también a amputar los pulgares a algunos niños. En mitad de esos delirios,
muestra interés por el más allá, la ouija y los ritos satánicos, que practica a
su manera con algunas de las víctimas. La espiral de alcohol, violaciones,
torturas y muertes prosigue, cobrándose la vida de más niños. El modus
operandi es el mismo.
El 22 de abril de 1999,
tras violar a más doscientos niños y matar a más de cien, Garavito es detenido
en Villavicencio. Se produce cuando una de sus víctimas logra escapar de sus
garras. John Iván Sabogal era niño pobre que vendía lotería en las calles de
Villavicencio. Al verse acorralado por Garavito comenzó a gritar para ver si
alguien podía hacer algo por él. Es entonces, contra todo pronóstico, cuando un
chatarrero acudió en su ayuda. Lanzó piedras contra Garavito y logró que
soltara al niño. Al verse defendido, John partió hacia el chatarrero y ambos corrieron
como desaforados para huir de Garavito, quien, enfurecido, los perseguía con el
puñal en la mano. Víctima y salvador alertaron a la policía.
En la búsqueda de
Garavito participó el joven vendedor de lotería, que lo identificó desde el
interior de un coche. Cuando le capturaron, se identificó como Bonifacio Morera
Lizcano. Investigaciones posteriores confirmaron que Bonifacio Morera Lizcano
era Garavito. Se descubrió que usaba nombres falsos y que a menudo cambiaba de
aspecto y de profesión para despistar. Garavito usaba nombres imaginarios,
cambiaba su cabello, su bigote y barba y empleaba gafas. Se hacía pasar por vendedor
ambulante, monje, discapacitado, indigente y hasta representante de organizaciones
humanitarias.
Tras horas de
interrogatorio y abrumado por las pruebas, se hincó de rodillas, se deshizo en
llanto y confesó. Se demostró que Garavito era un hombre que planeaba sus
crímenes y llevaba una cuenta precisa de todos ellos. Guardaba recortes de prensa
de sus fechorías y marcaba las fechas de los asaltos. Antes de la detención, la
policía ya había descubierto en diversas ocasiones cadáveres de niños mutilados
o en avanzado estado de descomposición pero nunca llegó a determinar el autor
de tales actos. Había, eso sí, elementos comunes: las víctimas eran siempre de
sexo masculino, de entre seis y dieciséis años y en los escenarios siempre
había botellas vacías de licores, que el asesino consumía antes de perpetrar
los crímenes. En 1997 la policía encontró treinta y seis cadáveres en las
afueras de Pereira y en 1998 hallaron en Génova tres cuerpos salvajemente
mutilados y decapitados. Ya detenido el presunto culpable, empezaron a aparecer
más y más casos similares así como víctimas de violaciones que querían
declarar. Se calcula que el asesino logró recorrer cinco veces el país, como al
azar, sin un propósito determinado, sembrando de abusos, torturas y muertes
aquellos lugares en los que estuvo. Hay constancia de que visitó setenta y
nueve municipios y que en treinta y tres de ellos llevó a cabo sus violaciones
y crímenes, además de que mató a otros dos niños en la vecina Ecuador.
Resulta complicado
saber si en la confesión de Garavito a la policía hay o no una parte inventada
pues una vez capturado quiso ser único y resaltar por su maldad, para figurar
en cabeza entre los asesinos múltiples de todo el mundo. Fue juzgado por 172
asesinatos y fue reconocido culpable en 138 de ellos. La suma de todas las
condenas dio como resultado la imposible cifra de 1.853 años de cárcel y nueve
días. Se le atribuyó una condena final de cincuenta y dos años de prisión.
Desde su internamiento,
ha manifestado algunos intentos de suicidio y siempre ha sido aislado para
evitar que lo asesinen y, por la misma razón, lo han cambiado varias veces de penal.
Tiene, debido a su buen comportamiento, derechos especiales como el uso de más horas de teléfono y ciertos privilegios,
como reducción de condena, por lo que podría salir de la cárcel antes de lo
previsto. Según se sabe, las únicas visitas esporádicas que tiene son las de
una creyente evangélica que quiere lograr que el asesino se reencuentre con
Dios. Supuestamente tal conversión sería un hecho pues Garavito manifestó haberse
convertido a la Iglesia pentecostal, aunque la opinión pública sabe que es una
farsa, algo propio de su carácter de mentiroso contumaz y manipulador.
En 2010 estuvo a punto
de ser puesto en libertad condicional mientras medio país clamaba por la cadena
perpetua y Ecuador, un año después, solicitó su extradición para que cumpliese
la pena de 22 años por asesinar a dos menores de ese país (de 16 y 12 años
respectivamente) en julio de 1998.
A estas alturas, nadie
sabe qué hay de verdad y qué de mentira en torno al monstruo colombiano. No
existen programas eficaces para la resocialización de semejantes delincuentes y
no hay evidencia científica de que este tipo de individuos puedan ser
rehabilitados. Lo que sí se sabe es que Garavito es un individuo con
comportamientos psicopáticos y una clara personalidad patológica, con dos
líneas ineludibles: su carácter narcisista y antisocial, psicópata.
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