EL ASESINATO DE HILDEGART (1933)

Con motivo del comienzo de una nueva sección en el programa dedicada a la criminología, pondremos todos los casos que se cuenten en esta temporada y que seguro os dejará abrumados cómo se expresa en ciertas situaciones la oscuridad humana. Este caso es uno de estos que nunca te imaginas que pueda pasar, donde piensas que el amor de una madre hacia su hija nunca se rompe y nunca muere. Pero en este caso, la OBSESIÓN y la FRUSTRACIÓN son las verdaderas protagonistas. Descúbranla!!

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Aurora Rodríguez Carballeira nació en El Ferrol, Galicia, en 1890 y era la tercera hija de un matrimonio acomodado. De su padre, abogado, guarda buenos recuerdos y de su madre, ama de casa, tiene en la memoria una imagen de frialdad y egoísmo pese a que murió muy joven. Aurora tiene la percepción de que sus padres fueron infelices y la relación con sus hermanos nunca fue buena. Ese ambiente convirtió a Aurora en una niña introvertida y reflexiva que disfrazó su carácter con una máscara de rebeldía. Tuvo una educación básica e incompleta, algo que siempre lamentó, aunque a los catorce años pudo disfrutar a sus anchas de la biblioteca de su padre. Se dedicó con avidez a leer obras del socialismo utópico, de autores como Saint-Simon, Owen, Fourier… Aquella niña sensible ya quedó marcada por un caso que llevó su padre como abogado. Y era la disputa entre una pareja mal avenida que tenía una hija. Ambos pretendían quedarse con la niña y la ley favorecía al marido. Conocido esto, la mujer prefirió quedarse al lado del hombre para no perder a la niña, a pesar de que sentía una irremediable repulsión hacia él.

Sin embargo, lo que más le marcó fue la profunda relación que ella tuvo con su sobrino, el hijo que su hermana Josefa tuvo de soltera y que dejó en la casa familiar antes de irse a Madrid para rehacer su vida. Aurora se ocupó del niño con fervor y, entre otras cosas, le sentaba a su lado a tocar el piano. Pocos meses después, tocaba con soltura y llegaría a ser el célebre Pepito Arriola, un niño prodigio que entusiasmó al mundo con su talento a principios del siglo XX. Con el fallecimiento de su padre, arrancaron de sus brazos a Pepito y Aurora decidió poner en marcha su plan. Ese plan no era otro que concebir un hijo propio –una niña, mejor– que nacería para cambiar el papel secundario de las mujeres en el mundo y su propia idea de la mujer, que no era nada buena.

La misma Aurora llegó a decir, sobre la mujer, esto: “Odio la mentira con todas mis fuerzas. La considero como una de las grandes causas de los males de la humanidad. Dudo que el mundo se redima mientras las gentes no se decidan a decir lo que sienten, aunque la confesión ponga en peligro su vida. Acaso por ello, tenga tan mal concepto de las mujeres en general. Es difícil descubrir en muchas un solo pensamiento noble, porque no discurren con la cabeza, sino con el sexo”. 

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La prensa se hice eco de este crimen tan cruel.

Aurora pensó en tener esa hija tan deseada sin amor, sin pasión ni placer, y con la colaboración de un hombre que se aviniera a sus reglas. Pasó varios años en busca del candidato perfecto: un varón fuerte, sano, inteligente, sin prejuicios y que comprendiera la importancia de su misión: engendrar a la salvadora de las mujeres. El elegido fue un supuesto marino de treinta y cinco años, alto y fuerte, que había regresado de un largo periplo por Sudamérica. Otros autores hablan de un cura castrense. El hombre aparentaba estar cautivado por la idea de dar vida a un “ser superior” aunque, con el tiempo, Aurora descubriría que aquel hombre tan sólo era un embaucador, responsable de la tragedia posterior.

Tras una serie de encuentros sexuales en una casita a las afueras de El Ferrol, que ella recordaría sin romanticismo alguno y presididos por su frialdad de hielo, Aurora quedó embarazada. Logrado su deseo, abandonó al marino y se marchó sola a Madrid. Se estableció en la capital y el 9 de diciembre de 1914 dio a luz sin complicaciones a lo que ella tanto deseaba: una NIÑA. La llamó Hildegart, que, según Aurora, significaba “Jardín de Sabiduría” en alemán. Se dedicó en cuerpo y alma a su completo desarrollo físico y mental. Con poco tiempo, ya era la niña más alta y más desarrollada respecto a otros críos de su edad. Así, en esa línea, el cultivo de su mente se convirtió para su madre en una auténtica obsesión. A los tres años sabía leer; a los diez habla alemán, inglés y francés. La niña, fruto de un experimento científico-intelectual de su madre, carece de infancia y se dedica por entero al estudio, con dos temas prioritarios: la filosofía racionalista y todo lo que tiene que ver con el sexo. Aurora cree que así no caerá en la trampa que ahoga el talento de muchas mujeres. Recordemos la situación de la mayoría de las mujeres en ese momento en España, excluidas de la vida pública y educadas para ser buenas madres y esposas.

A los trece años acaba el bachiller, a los diecisiete se licencia en Derecho y comienza Medicina. Es una “niña prodigio”. Lee las obras de Karl Marx y, desde muy joven, comenzó a trabajar activamente en el PSOE, del que se desengañaría y sería expulsada. Tras esto se convirtió en miembro del Partido Federal. Hildegart logra prestigio en el campo de la sexología y se llega a enfrentar a su madre pues tiene ansias de independencia, de crecer y de viajar. Publicó múltiples textos, entre ellos la monografía La Revolución Sexual que vendió 8.000 ejemplares, sólo en Madrid, en la primera semana tras su publicación. Hildegart es invitada a Londres por el máximo exponente de la sexología del momento, Havelock Ellis, y por el escritor H. G. Wells, admirador de su inteligencia. Ese viaje serviría también para alejar a la joven del agobiante influjo y férreo control de su madre.

Es entonces cuando Aurora ve peligrar su gran proyecto: su hija, como “salvadora de otras mujeres”. Hildegart tiene prestigio internacional como intelectual y tiene una brillante carrera política. Sin embargo, Aurora decide acabar con ella por haber traicionado su sueño redentor.

La madrugada del 9 de junio de 1933, al amanecer, Aurora empuña un revolver y entra en la habitación donde está su hija Hildegart, de dieciocho años, dormida. Con frialdad y determinación se acercó a la sien izquierda de su hija y, a bocajarro, le disparó un primer balazo mortal. A este le seguirían otros disparos en la cabeza, el corazón y el pecho. Aurora había concluido su misión. Había engendrado a Hildegart como instrumento para una revolución pero, al ver que se desviaba de su camino, acabó con sus días. Descubierto el crimen, Aurora fue tachada de loca pero ella se defendió diciendo que fue plenamente consciente de sus actos. Llegó a decir que la muerte de Hildegart se produjo de común acuerdo con su hija. Esta posibilidad da un toque de leyenda a esta historia tan singular y macabra

Aurora Rodríguez Carballeira fue condenada a 26 años de prisión, que cumplió en su mayor parte en el centro psiquiátrico de Ciempozuelos. Hasta la aparición de su historial médico, en 1977, se creyó que desapareció al inicio de la guerra civil. Aurora falleció de cáncer en 1955 y fue enterrada en una fosa común.

La vida de Hildegart ha generado varias novelas y ensayos así como una película de 1977, dirigida por Fernando Fernán-Gómez, y titulada Mi hija Hildegart, que cuenta con un guion basado en el libro Aurora de sangre, de Eduardo de Guzmán. 

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