LA ESTELA DE CAÍN: REGICIDIO EN LISBOA (1908)

En el ámbito de la criminología, se define con el término de “regicidio” el asesinato u homicidio de un monarca, de su consorte, de un príncipe heredero o de un regente. Sería un subtipo de magnicidio (el asesinato de una persona importante, normalmente una figura política). El móvil de un regicidio suele estar asociado, al igual que el magnicidio, a motivos políticos y, en algunas legislaciones, puede incorporar penas más graves que el simple homicidio.



Hay algunos casos de regicidio que sí que son bastante conocidos porque quizá los hemos estudiado en clase de Historia, como el estrangulamiento del inca Atahualpa, en 1533, en la conquista del Perú por los españoles, en la que participó Francisco Pizarro; la decapitación de Luis XVI y María Antonieta durante la Revolución Francesa; el asesinato del zar ruso Nicolás II y de toda su familia en 1917, durante la Revolución Rusa, o el atentado mortal que sufrió el archiduque Francisco Fernando de Habsburgo, heredero del Imperio Austro-húngaro, y su esposa, Sofía Chotek, lo que desencadenaría la I Guerra Mundial (1914-1918).

Pues bien, hay otros regicidios pero no por menos conocidos dejan de ser extraños e interesantes para analizar, sobre todo éste que traemos hoy aquí, que fue doble y que por curiosidades del destino hizo que diese lugar al reinado más corto de un monarca en el mundo. Comenzamos por el principio.

Tenemos que viajar en el túnel del tiempo y ubicarnos en el Portugal de comienzos del siglo XX. En ese momento el país luso, que aún conservaba gran parte de su imperio colonial, vivía muchas convulsiones políticas y sociales, revueltas, protestas, dictaduras… Poco a poco empiezan a adquirir mayor notoriedad los movimientos republicanos, que abogan por derrocar la monarquía de los Braganza, dinastía que reina en Portugal desde que los portugueses lograron la restauración de su independencia, de España, a mediados del siglo XVII.

En ese descontento general provocado por la situación del país y que parecía que tenía poca solución se encuadra el que sean asesinados un 1 de febrero de 1908, por partidarios del republicanismo, actuando a título individual, el por entonces rey de Portugal, Carlos I, y su hijo el príncipe heredero, Luis Felipe.

Luis Felipe de Portugal, nacido en 1887.

Ese 1 de febrero de 1908 cambió para siempre la historia de Portugal. La familia real regresó a Lisboa en tren tras pasar varios días en el palacio de Vila Viçosa en la región del Alentejo, en la línea que une Portugal con España mediante la frontera de Caya, en Elvas-Badajoz. Después de cruzar el estuario del río Tajo en barco de vapor, viajarían en un coche abierto durante la parte final de su viaje hasta el Palacio de las Necesidades. Un gran gentío se agolpaba, mucho antes de la hora señalada, en la lisboeta plaza del Comercio (Praça do Comércio, más conocida como Terreiro do Paço) y en todas las calles adyacentes al Palacio de las Necesidades, en espera de que el rey Carlos I, la reina consorte Amelia de Orleáns y el príncipe heredero, Luis Felipe, desembarcasen de su falúa y subiesen al carruaje real.

Según cuentan algunas crónicas, cuando el conde de Figueiró confirmó que todo estaba listo, el rey preguntó al presidente del Gobierno, João Franco, como si en ese momento tuviese una extraña corazonada:

– ¿Es seguro cruzar toda la ciudad para llegar a Palacio?

– Por supuesto, Majestad –asintió el dictador.

Sin embargo, casi desde el principio, las cosas empezaron a torcerse. No había más que un coche de caballos descubierto, en lugar de los dos que exigían la etiqueta y la elemental prudencia.

La familia real subió, pues, al mismo vehículo. El monarca tomó asiento en la parte posterior del coche descubierto, a la izquierda de su esposa; los príncipes se acomodaron en el testero: Luis Felipe, frente al rey, y Manuel, frente a la reina.

La comitiva se puso en marcha lentamente, mientras el numeroso público que ocupaba la plaza del Comercio aclamaba con estruendo a los reyes. Detrás del landó real iban los coches de la Casa Civil, de los dignatarios de servicio…

Justo en el momento en que el carruaje llegó casi al centro de la plaza, algunos distinguieron a unos hombres embozados en sus capas que apuntaban con sus carabinas a la familia real y hacían fuego sobre ella. Lo que sucedió en aquel instante fue casi indescriptible. Los testigos que pudieron contarlo luego aseguraron que se oyó un grito espantoso, seguido del alarido de la multitud y de un caos generalizado.

La gente echó a correr sin rumbo, atropellándose. Todo el mundo pidió auxilio desesperadamente. Mujeres y niños fueron pisoteados, heridos por todo aquel gentío que, preso del pánico, intentó abandonar la plaza. Poco antes, el joven Alfredo Costa logró romper el cordón de curiosos, avanzó rápidamente y, con un pie en el estribo del coche real, disparó su pistola sobre el rey. El príncipe sacó su revólver y la reina trató de rechazar al asesino con su inofensivo ramo de flores. Entretanto, Manuel Buiça, un hombre de larga barba y ancho capote, consiguió aproximarse también; con la rodilla hincada en tierra, apuntando al príncipe con su carabina, le derribó de un tiro.

Instantes después, el rey y su heredero yacían en el suelo del carruaje, víctimas de los disparos. El infante Manuel había recibido otro impacto de bala en un brazo. También el cochero resultó alcanzado y lanzó los caballos al galope. Manuel Buiça se dispuso a rematar al infante Manuel; cuando reparó en la presencia de uno de los escoltas, la espada providencial de uno de ellos atravesó su cuerpo con el mismo ímpetu que un gladiador romano. Los cadáveres de los asesinos yacían todavía en el suelo empedrado de la plaza cuando el regio landó entró, a galope tendido, en el Arsenal de la Marina, el edificio público más próximo a la plaza del Comercio.

Carlos I murió instantáneamente y el príncipe heredero Luis Felipe falleció poco después. La reina Amelia fue la única en salir ilesa. Ella, según cuentan, intentó defender a su hijo menor, el príncipe Manuel, utilizando su ramo de flores para golpear el brazo del asesino, mientras gritaba “¡¡infames, infames!!”. El príncipe Manuel, como ya hemos dicho, fue herido en el brazo. Manuel Buiça llegó a disparar dos tiros más, hiriendo a un oficial y a un soldado que se acercaban a él. Finalmente los dos republicanos artífices del regicidio fueron asesinados por la policía y guardaespaldas, quienes también mataron en la confusión a un espectador inocente.

Los médicos solo pudieron certificar la muerte de padre e hijo. Eso sí, el rey murió en el acto y el príncipe heredero falleció unos veinte minutos después del atentado por lo que hay algunos expertos en monarquías que afirman que éste sería el reinado más corto de la historia, el de Luis Felipe I de Portugal. Así lo recoge, por ejemplo, el Libro Guinness de los Récords. Según explican algunos genealogistas reales, en el preciso momento del atentado, tras la muerte de su padre, Luis Felipe, duque de Braganza, pasó a ser automáticamente el rey de Portugal pero su reinado duró tan solo veinte minutos.

Como es entendible, la reina consorte Amelia de Orleáns quedó horrorizada por este suceso, con continuas pesadillas, sufriendo durante interminables noches en que se despertaba sobresaltada sudando y queriendo ver a toda costa a su esposo y a su primogénito destrozados por las balas. Lo que tampoco se borró de su mente fue la imagen de aquel hombre con barbas que les acribilló. 

Ese misterioso hombre de barbas era Manuel Buiça, un aparentemente tranquilo maestro de escuela, celoso de su deber, que hacía de la enseñanza casi un sacerdocio y con, eso sí, unas firmes ideas republicanas. ¿Cómo iba a ser capaz de asesinar al príncipe? El otro asesino, el joven de veintitrés años Alfredo Costa, era representante de una casa comercial en Lisboa y editor. Los dos eran miembros de la Carbonaria, una organización secreta portuguesa.

Europa quedó conmocionada con este atentado puesto que Carlos I era muy apreciado por los otros jefes de estado europeos. Según algunos historiadores, el atentado se debió al progresivo desgaste del sistema político portugués, en gran parte culpa de la erosión política originada por la alternancia de dos partidos en el poder y porque el rey Carlos I, como árbitro del sistema político, había nombrado a João Franco presidente del Consejo de Ministros con plenos poderes, convirtiéndose de facto en un dictador.


El superviviente de toda esta historia, el infante Manuel, con dieciocho años, se convirtió en monarca varios días después. Manuel II de Portugal fue rey pero por poco tiempo, durante algo más de dos años. El rey, joven e inexperto y más interesado en las artes y las letras que en la política o el ejército, ante la revolución republicana iniciada el 4 de octubre de 1910, marchó del país. Fue el último rey de Portugal. Se proclamó entonces la Primera República Portuguesa. 
Moneda oficial de la Primera República de Portugal, 1915.

 

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